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REVISTA CULTURAL BLANCO SOBRE NEGRO


 

Los Azulejos De Talavera En Los Jardines De La Agricultura: Un bello testimonio de lo que córdoba fue.

Hace 213 años, el aventurero alcalde de Córdoba, Domingo Badía y Leblich, inauguraba un vergel llamado Los Jardines de La Agricultura, conocidos popularmente como “Los Patos”, debido a la presencia de estas aves en su estanque central. La modernidad se abría paso en nuestra ciudad a través de las políticas de este alcalde que en sus sólo 15 meses de mandato, transformó Córdoba para siempre, siendo el impulsor de la construcción de los cementerios de San Rafael, La Salud o el, hoy desaparecido, cementerio de San Cayetano. De Francia importó el plátano de sombra, tan presente en nuestras calles, además de trazar el llamado “Plano de los Franceses”, primera cartografía completa que se conoce de nuestra ciudad.

Estas breves notas son sólo la excusa para contextualizar la ubicación de unos bancos o asientos que son el objeto de este artículo, los bancos de la “Biblioteca Séneca”, y que hoy son el recuerdo de una Córdoba esplendorosa que da testimonio de una herencia y legado cultural que hoy duerme el sueño de los justos…

 

Dentro de ese oasis donde se conjugan la botánica, la historia, el paisajismo o la escultura, en el año 1922 se inauguró la llamada Biblioteca Séneca, aprovechando una caseta hexagonal de corte regionalista que existía desde 1882 y que gozó de gran popularidad, llegando a contar con unos 20.000 usuarios que accedían de una manera libre y cívica a los 2.000 volúmenes que llegó a albergar, entre ellos la primera sesión de literatura infantil que hubo en nuestra ciudad. Esa experiencia piloto encontró su origen en algo similar que se estaba desarrollando en la Sevilla de los años veinte, concretamente en el Parque de María Luisa, llamado así por la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, que al enviudar con el Duque de Montpensier, dona parte de sus jardines a la ciudad Hispalense para dar origen a ese mítico y característico espacio.

Esta peculiar biblioteca fue circundada por un modernista banco circular, revestido de cerámica de Talavera, del afamado ceramista Juan Ruíz de Luna, del que ahora daré una breve pincelada, y que constituyen un llamativo y bello elemento histórico-cultural, no sólo para los citados Jardines de la Agricultura, sino para la ciudad patrimonial de Córdoba, pese a su lamentable y vergonzoso estado.

Juan Ruíz de Luna (1863-1945), fue uno de los más afamados ceramistas, heredero de la tradición cerámica de Talavera de la Reina (Toledo), elevando a su máxima expresión un arte que hoy se custodia en un museo que lleva su nombre. La cerámica de Talavera, que tuvo su máximo esplendor en el Siglo de Oro, perdió protagonismo por las influencias y modas francesas que propiciaron la creación de la Real Fábrica de Alcora en Castellón en 1727 o la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro en 1759, pero encontraron su propio renacimiento algo más de un siglo después, en la figura del autor de los azulejos de nuestra particular Biblioteca Séneca.

Más allá de la propia fama de Ruíz de Luna, me aventuraría a afirmar que su vinculación con nuestra ciudad vendría de la mano de su amistad con el escultor Mariano Benlliure, autor del monumento al Duque de Rivas en los Jardines de La Victoria o del busto de Romero de Torres en el museo homónimo. Entre otros intelectuales contemporáneos, Ruíz de Luna, estuvo vinculado con Sorolla quien restauró las pinturas de Cupido, Dios del Amor, de una carroza nupcial que la familia Saavedra regaló en el siglo XIX a una joven pareja de recién casados, y que hoy se custodia en las caballerizas del Palacio de los marqueses de Viana. De los muros de esta emblemática casa palaciega y bajo la firma del pintor de la luz, cuelgan los regios retratos de Victoria Eugenia de Battenberg y de su esposo, Alfonso XIII. Fue el propio rey quien regaló su retrato al segundo marqués en el año 1908. Sirvan estas divagaciones a título anecdótico para reforzar esa teoría de la relación de Ruíz de Luna, Benlliure y Sorolla con la propia ciudad de Córdoba.

Integrados en esos bellísimos y decorativos asientos, encontramos 33 azulejos que contienen frases moralizantes y filosóficas del propio Lucio Anneo Séneca, que combinan con el programa cerámico en el que destacan los motivos florales. De esos azulejos destaco el que contiene la frase “No se ama la patria por ser grande, sino por ser patria”, que se encuentra partido en dos, algo tristemente alegórico a nuestra España.

Esa biblioteca, que fue testimonio manifiesto del potencial de una ciudad que fue capital de la Bética y del Califato Omeya, cuna para pintores, filósofos, militares o poetas y sepulcro para toreros, dejó de funcionar en 1963, derribándose años más tarde el edificio principal de esa placita literaria que aún siguen dibujando esos bancos, como testimonio de lo que fue y que tristemente no volverá, pero que, los que amamos Córdoba, nos empeñamos en seguir viendo desde un prisma que navega entre el romanticismo y la melancolía, aunque sólo sea para que el patrimonio despierte de ese letargo impuesto por los gestores de nuestra ciudad.

Ojalá que estas líneas sean interpretadas como una llamada de emergencia para que nuestro patrimonio histórico sea valorado como realmente se merece y la necesaria intervención que estos bancos y azulejos necesitan para que no se pierdan como otras tantas cosas se han perdido, incluso integrando este histórico espacio vinculado a la literatura en la recién inaugurada Biblioteca pública del Estado “Grupo Cántico” para que, como escribía Pablo, envolverse en su recuerdo como en nieblas secretas que nos aparten del mundo...

 Miguel Ángel Castellano Cañete
 Escritor