Poemas de Mario Vega para El Ático de los Gatos
AQUILES Y PENTESILEA
Aún no besaba el sol la hirviente arena,
aún no ocultaba el oro en la muralla
de la imbatible Ilio. La batalla
en inviernos llegaba a la decena.
Entre claros de luz el cielo truena
y sacude la tierra allá en la playa;
sangre, sudor y bronce que restalla
al traspasar la lanza una melena
y conocer la viva carne émula
al tiempo que se cruzan las miradas,
una a la sombra, otra aún espera
fatal destino. Con el alma trémula
los ojos vuelve a hendir en las espadas
mientras sus ojos cierra la guerrera.
EL DESEO
El día llegará
donde yo espere
feliz entre los míos a la sombra
y su último juicio.
Me llamarán aquellas que yo amé
en los parques marchitos de mi noviembre muerto,
esperarán al fondo de los retrovisores
o al abrir una puerta
de un bar en lo oscuro.
Recordaré los pasos fugitivos
a través de la alfombra de aquel cuarto,
o aquella noche de velar al alba
entre ocultas callejas.
El tiempo dirá entonces a las horas
que hagan el equipaje
y en él escondan la fotografía
de aquel puerto con playa,
ese libro marcado
con una flor marchita en su interior
que descubrí después de abandonar
la esperanza en nosotros.
Recibiré los cuerpos
con la estoica rutina funcionaria
de aquel que es su verdugo.
Y los olvidaré
con calma y hasta deshacerse al fin
en mí, en otro, en la sombra,
la sombra última pasados años
de placentero amor, de los placeres
sin amor, sin cuidados, sin el tiempo.
Que el tiempo guarde el alma,
que el cuerpo goce al cuerpo,
que afrodita me coja confesado.
DESHEREDADOS
Marchan por callejones aún oscuros
antes de amanecer, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
Expulsados del sueño de la vida
errando un día más hasta el trabajo.
Y vienen, van arriba;
abajo van y vienen
en las iguales y plomizas fábricas.
Dan gracias de ser libres
—Qué hermosa es la mentira
si la verdad acaso no es más bella—
y vuelven sonrientes a sus bloques
de patios comunales.
El cielo queda sólo a cinco números,
un precio escaso para
vencer la insobornable soledad,
la larga tempestad de sus tribulaciones.
Se oye el rasguido de boletos rotos...
¡Hay que ir a trabajar!
Salen de casa, vuelven, salen, vuelven,
ya sea hacia delante o hacia atrás,
no hay tiempo, irredimiblemente avanzan;
sea arriba o abajo,
no existe redención, se van hundiendo.
Da igual la hora, el día,
no hay ayer, no hay mañana:
el pasado no es digno de recuerdo,
el futuro ya no es una promesa.
Marchan por los oscuros callejones
entrada ya la noche, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
y sólo algo tienen en común:
la miseria en sus vidas.
Como un cortejo silencioso avanzan
errando un día más hasta el trabajo.
NOTA BIOGRÁFICA:
Mario Vega (Oviedo, 1992) es Maestro de Educación Primaria y actualmente estudia el Grado de Lengua Española y sus Literaturas en la Universidad de Oviedo. Ha colaborado con diversas publicaciones como Anáfora, Estación Poesía o Clarín. Es autor del libro de poemas Al umbral de las horas (Valparaíso, 2016). Combina su labor como poeta con la de editor.
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