Como bien sabemos, estamos en tiempos de la digitalización, del comercio electrónico y del “más deprisa todavía”. en tiempos de la superproducción para el abaratamiento de costes y del “todo vale” a la hora de promover u ofertar un producto.
En estos tiempos, no hay duda, es muy de agradecer encontrarse con algo que no sólo ensalza el quehacer tradicional, la labor del artesano, y el amor por lo pausado como base de lo que perdurará en el tiempo como estandarte de una manera o forma de vida sino que da carácter de enseñanza a lo presentado.
Caminando por el Paseo de la O en un resplandeciente día de marzo he podido deleitarme con el llamado “Paseo del Arte”, en el que pintores, artesanos del cuero y la cerámica, la alfarería o lo textil entre otras cosas se dan cita cada sábado y domingo desde el año 2009 para ofrecer sus productos, objetos no sólo unidos por el concepto artesanal sino también por el sentido que del costumbrismo y el cariño por la labor nos dan.
Qué extraño sería pasear por las calles de una ciudad y no detenerse ante este deleite, en este remanso de paz que evoca lo natural como forma de vida, el tú a tú con el viandante, el compartir conocimientos de lo manual, de los diversos materiales y formas de elaboración.
Está claro que una de las básicas vías de lo cultural pasa por el contacto con el propio autor, qué mejor profesor que el que crea fruto de enseñanzas tradicionales o incluso de la mera inspiración creativa.
Reclamemos para nosotros y nuestros hijos este tipo de aprendizajes, reclamemos que no se pierdan en el olvido de lo global y mecanizado, en la digitalización del todo y la ausencia de valores sociales, que las futuras generaciones no terminen pensando que en la mecanización y superseriación del producto está la respuesta obviando así lo interno del ser.
Que lujo pasear en la tranquilidad de un domingo soleado disfrutando de reminiscencias de una labor, de originales al uso y su presentación de autor.
El “Paseo del Arte” es uno de esos escaparates que toda sociedad que se precie no debería perder, no sólo como he dicho antes por ser esencia de cultura sino también por ser claro ejemplo de otro tipo o ritmo de vida, esa en la que el tiempo carece de prisas y en la que lo humano, su sentimiento e inspiración prevalecen sobre el pensamiento de que cualquier cosa es extrapolable al desatino del “aquí y ahora”, a lo decadente que supone dar de lado nuestras raíces y ancestros.
Paseando por Sevilla descubrí este remanso de paz, sentimiento y proyección cultural.
Francisco Arroyo Ceballos