El Abrazo de una Musa (Incluye Video)
Pisaba muñones de hojarasca. Era un sendero oculto entre arbustos y matojos. La sombra de los eucaliptos, roja y abrasadora por el sol del mediodía, dibujaba un camino que conducía a ninguna parte. Una ida sin retorno, una vereda usurpada por un ocupa siniestro. El intruso de la desesperación me empujaba hacia la incertidumbre.
No iba sola.
Ella pisaba las hojas tiernas. Eran de cristal. Se rompían al enredarse en su largo pelaje blanco y negro. Tara no entendía de andanzas humanas. Su única preocupación era olisquear los orines de los conejos, el rastro de los lagartos. Después de la minuciosa tarea, aspiraba el viento del este, levantaba sus orejas para escuchar el gorjeo estridente de las urracas, el graznido de los flamencos rosas en sus rituales de cortejo y el vuelo de los buitres extraviados por las ventoleras de la primavera. La lluvia del día anterior fue un maná agradecido para las aves. Bandadas de garcetas, charrancitos y avocetas, despedían con sus trinos los últimos coletazos del frío.
Pero otro manto invernal me envolvía por dentro arañándome la hiel. Recordé esas palabras gélidas; sin alma.
«Pasarán años para poder recuperar lo invertido en usted». «Carece de la visión comercial que tiene nuestra editorial». «Sus novelas no han alcanzado las ventas esperadas».
Los errores cansan. El fracaso; agota.
Mi fiel compañera seguía buscando a los roedores que se escondían tras los matorrales. A su pequeña y mojada nariz de Shih Tzu, nada se le resistía. Un desvío llamó su atención, un pequeño sendero alejado del tránsito de caminantes y corredores. Se sentó bajo un grueso tronco tatuado de juramentos más pasionales que eternos. Seguí su ejemplo. Contemplé la bahía gaditana extendiéndose más allá de dunas y salicornias. Una ciudad recompuesta después de resistir enfermedades, guerras y avatares. El ejemplo de tanta entereza me pasó factura.
Proyectos que tardaban demasiado y otros, ni siquiera llegaban a ser proyectos. Promesas incumplidas. Una realidad silenciada para no defraudar a muchos; para no dar el gusto a otros. Nada de focos, nada de aplausos. La otra cara de la literatura. Pocos me ayudaron, pero esos pocos, fueron más que suficientes.
La constancia de un espíritu que llora. Lágrimas sin llanto.
Tara pegó su lomo a mi pierna. Quería llamar mi atención, alejarme de la vorágine que sacudía mi cerebro. Sentí su calor de diecisiete años, su insistencia, la necesidad de hablarme en un idioma revelado a las hermanas de pensamiento. La tomé en mis brazos y ocurrió lo inesperado.
Dirigió su hocico hacia la lejanía. Respiró profundamente el olor de los eucaliptos, el gusto salado de la salina, el aroma a vainilla de las gramíneas. Las hojas tiernas cayeron sobre nosotras y nos empaparon con su llovizna verdosa. El estremecimiento atravesó los poros, quemó la piel, llegó a las venas. Lo inexplicable. Una llama anaranjada fluyó por dentro como un segundo plasma.
Las flores de cristal cantaron con delicadeza.
—Nos cuentan sus secretos —dije, ensimismada.
Señales, mapas, signos grabados en ramas torcidas; ocultos bajo raíces de tinta verde. La precisión de la pureza. La mente calla; el corazón escucha. Una poesía de enredadera y clorofila escrita en el ala de una libélula, en el pétalo de una amapola. Vi una tierra celeste, el cielo era del color de la hierba. Entraba en el mundo de las musas. Podía escuchar sus canciones, entender sus palabras, descifrar el eterno lenguaje.
Te abracé y agradecí al destino su regalo. Lamiste mi rostro, bebiste mis lágrimas. Ladridos de satisfacción. La obra de una vida. Una sensación, un sentimiento; el logro. Lo único importante. Tu compañía.
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