Una profesora, la señorita Carmen Cárdenas le gustaba que yo escribiera cuando estaba en el colegio y cursaba la segundaria, era mi tercer año y una mañana en clase de español y lengua castellana, nos explicó que quería que escribiéramos lo que teníamos dentro de nuestra mente que lo hiciéramos en versos y poesía o un escrito en prosa, pero que fuera verídico, de nosotros y de nuestra vida, que nos dispusiéramos a estar en silencio, sacar una hoja y un lápiz y escribir, tendríamos treinta minutos para cualquier tema, fuera de fútbol, de música, de problemas familiares, de cenas favoritas, de las carreras profesionales etc. A mí desde el principio me gustó eso de escribir, porque cuando lo intentaba las palabras fluían como si se escribieran solas, total fue mi agrado que sin decir nada, en silencio, escogí el tema de cómo aprendí a tocar guitarra en menos de una semana, en treinta minutos había escrito cuatro párrafos y al leerlos frente a la clase recibí elogios de parte de mis compañeros y una risa de orgullo de mi maestra, que después a solas me confesaría que ella sabia que yo podría ser un gran poeta o escritor si me lo propusiera.
Pasó el tiempo unos siete años exactamente desde que la profesora con su gracia divina de enseñar me pidió que escribiera sobre un tema de como había aprendido a tocar guitarra y recordé, aquel día en Tulcán ecuador primer ciudad fronteriza con Colombia, sentado en un parque observando niños y palomas y mas niños y palomas que yo sabia hacer versos. Disponerme completo en una hoja de palabras y no solo eso, que recordaba exactamente mi poema favorito del desaparecido poeta de Colombia Raúl Gomes Jattin llamado pequeña elegía. Era eso de las siete ocho de la noche, empezaba a correr un viento frió por Tulcán, se me crispaban los dedos de las manos y tenía ciertos tembleques en mis piernas. Era cansancio y preocupación, pero decidí no quedarme sentado esperando que de la fe llegara el milagro, lo que escribí anteriormente nadie hará nada por ti si tu no empiezas a ayudarte por ti mismo, eso lo tuve bien claro, desde siempre, desde los espejos de la vida que me fueron mostrando épocas de miseria unas veces de lejos otras veces de cerca. Pero nunca fui desamparado.
Caminé algunas calles buscando un conjunto de personas en donde pudiera, aunque no lo crean, recitar la pequeña elegía de Raúl Gómez Jattin. Y pedir no me importaba si sonará como limosna algún dinero para pasar la noche debajo de un techo, no encontraba parques y las calles estaban prácticamente desoladas, el corazón latía fuerte, ¡mierda! tendré que dormir en la calle, retornaba la frase por mi mente diez veces por minuto y no exagero. Que triste era pensar no tener un techo, hasta donde había llegado el sueño de huir, qué era mejor, ¿Padecer el peligro bajo las estrellas o sentirse seguro en unas cuatro paredes sofocantes de energía negativa? No tardé mucho, algunas calles quizás y encontré el primer restaurante en donde habría cinco o seis mesas ocupadas algunas conformaban una familia entera. Estuve pensando varios segundos no era decisión, era obligación hacerlo, por primera vez desenvolverme, buscar el sustento para mi ruta empezada, no quería terminarla, no sin antes haber crecido un poco, haber hecho mi corazón mas fuerte, mis ideas, mis principios, ya no creía en nada la retórica democrática, religiosa y educativa de mi país estaban enterradas, y ya estaba hecho. La poesía me daría pan y techo, lo sabía, todo era cuestión de recibir esas señales que vienen directo de adentro, que siempre han habitado un pequeño lugar dentro de nosotros y pocas veces tenemos el valor de oírlas.
Entré al restaurante caminando hacía el cajero que miraba la televisión y no se había inmutado que yo había entrado. nunca en mi vida había sentido esa clase de nervios, es que, no suplicaría una moneda para no estar a la intemperie, no derramaría lagrimas y gritos para persuadir a las miradas frías y distantes que tenia temor, que mis tripas se retorcían y era vacío lo que sentía, espasmos, dolor lo que sentía, esta vez me presentaría como un poeta, un aficionado uno que venía de lejos por las carreteras, durmiendo en camping por las grandes montañas de Colombia, y ahora ellos la estimada audiencia tendría el privilegio de verle en escena recitando un bello poema llamado la pequeña elegía
El personaje de la caja se sorprendió al verme decir que necesitaba que me regalara un tiempo en el restaurante para decir unas palabras, “aprovecha que no esta el jefe amigo” fue lo que me dijo, entonces fue en donde llegó la tercer lucidez depresiva del día, en toda parte alguien estaba esperándonos para estar a nuestro servicio, para dar lo que tienen sin esperar nada a cambio, yo solo tenia que obrar bien, de la mejor manera, crear el camino con tranquilidad que el destino se encargaría de hacer el resto. Entonces fue ahí en donde descargué mi mochila me cogí el cabello miré todas las vistas puestas en mi y en lo que tramaba y comencé con un breve discurso de entrada, como de bienvenida.