La Palabra Sentida
Una palabra puede cambiar un camino, una frase un destino y un libro; toda una vida. El escritor sigue inexorablemente el ritmo del numen. De ese encuentro, a veces fortuito, a veces planeado, surge la siguiente reflexión:
«Cuando el misterio es demasiado importante es imposible desobedecer».
El fenómeno Saint-Exupéry, una de las mentes contemporáneas más significativas de la década de los cincuenta, lo hace palpable en su novela «El principito». Mientras el arrebato atrape al escritor sumiéndolo en un trance controlado, ese misterio fluirá en una catarata de conceptos que removerá las arenas movedizas de la crítica convencional hasta desembocar en una auténtica catarsis.
Esas aguas de tinta, podrían ser los raíles sobre los que rueda el destino de lectores ávidos de respuestas ante sutiles preguntas; las inquietudes de una vida desvivida.
El dilema que surge pude ser capcioso.
Sentir lo que escribes o pensar en quien escribes. Dejarse las uñas en ideas y argumentos o apretarse, contenerse, reprimir la verborrea porque uno de tus lectores, quizá solo uno, pueda quedarse atrapado en una palabra sufrida, en un humor fraseado, en la flema gastada de una experiencia que termina siendo carnosa.
El ataque de responsabilidad es imparable. Escribir una novela, cuya firmeza ponga veto al descontrolado mandala sobre el que gira el mundo del lector, podría ser toda una tentación lingüística. Pero esta seducción literaria se ve empañada por una ciudad sacada de Ray Bradbury. Calles sin ideas, sin conceptos ni metas, sin los condicionamientos internos de la conciencia pensante, sin libros que influyan en una sociedad que deja de pensar por sí misma, la misma sociedad reflejada en «Fahrenheith 451». El resultado; un renglón doblado en el psiquiátrico de Luca de Tena. La inolvidable novela, «Los renglones torcidos de Dios», bien podría ser el refugio escogido, el reducto novelístico de personas que han torcidos sus vidas por el arrebato de un autor.
Dejar de ser fiel a los vuelos de escritor nunca será una opción ni el único planteamiento. La necesidad de la fluidez, de la desposesión de una misma en pos del engranaje de letras y acentos, el privilegio de ser mimética con un personaje que es persona, condiciona a un autor a vivir lo creado. Es el Gran Viaje, la disposición de sumirnos en una identidad intrínseca, la voluntad de desposeer lo adquirido y escoger entre el saco de ideas de menor peso. La verdadera esencia con la que se ha escrito la literatura de siempre; la palabra sentida.
Victoria Calvo
Escritora de novela histórica, romántica y de ficción.
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