1. Habitación 203
1.
Lo peor de ese hostal no era compartir el baño, ni la ausencia de las cortinas en la ducha, ni el moho que se acumula en el vértice de los espejos. No era la puerta que había de alzarse para poder abrir y cerrar, ni el armario vacío celoso de la ropa sucia acumulada entre valijas deshechas. No era ni siquiera la antología de manchas en la alfombra ni las sábanas verde hospital, ni tampoco la televisión apoyada en el suelo o la bombilla que cuelga de cables desnudos. No era el golpe habitual en la pared de los improvisados del deseo en la 302, ni las discusiones en rumano en la 241, ni las parejas borrachas que regatean el precio de la estancia a gritos.
Lo peor era la torpeza de ese ventilador, de esa burla giratoria que se golpeaba en la esquina cada vez que se tiraba a la derecha y que mordía sin saberlo. Y es que entre toda esa naturaleza muerta de pensión, entre toda la chatarra y el polvo y la orfandad de ventanas, solo el golpeteo tímido de una ducha maltrecha la despertaba del recuerdo para traerla de vuelta a aquel presente que era, casi con precisión, todo lo que ella siempre quiso evitar y que no pudo.
2.
El cielo gira y la tarde se hace endeble. Salomé se frota las manos ante el presente ventarrón. No era momento de volver al hostal.
Como tantas otras veces, Salomé habría recurrido a la visión de aquel 25 de abril, harían ya treinta y dos años: Arturo terminaba de armar un maniquí por detrás de la vidriera.
Ella nunca lo habría pensado de esa forma: ¿habría una circunstancia más premonitoria de la futura unión entre los dos? Arturo atornillando la pierna izquierda de un maniquí femenino.
Quizás Salomé, ahora, fuera todavía víctima de una inocencia casi obscena para su edad.
(Arturo la sujetaba por el muslo y la empujaba contra la vidriera, haciendo fuerza de más).
Habría nacido en aquella época su tímida fascinación por los escaparates.
(Arturo mordía el cuello, desarmaba otro brazo para golpearla y golpearse a sí mismo y obligar a golpear).
El cielo gira y la noche es endeble, y algo triste. Salomé vuelve a la tierra al tiempo que un niño distraído y apurado por la madre se encuentra de frente con ella. En ese mismo instante, se apaga la luz de la zapatería, quince minutos antes del cierre anunciado.
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