5. Habitación 303
1.
Esa noche no pude cerrar los ojos. Mirando al techo del hotel, imaginaba cómo iba a estar ella en su habitación. Cómo dormiría esa noche sin mí. El techo estaba muy desgastado. No me gustan las cosas viejas, pero este hotel, pese llevar más de cien años en la ciudad, guarda la nostalgia de aquellos que han pasado por esta habitación y han imaginado estar en otra parte. Me pregunto si ella también se imagina estar en otra parte. No sé si eso es importante ahora mismo. No sé si llevará ya tres horas dormida, o está con alguno o alguna, en otro hotel con los ojos abiertos. Me imagino a tantas personas soñando con los ojos abiertos. A tantos guardando el secreto de un amor perdido. Me imaginaba como las grandes personas de negocios venían aquí a descansar, después de una jornada dura de trabajo, soñando en un mañana lleno de billetes. A otros, que por el mero hecho de tener que huir de su casa, volaban a revoltosas camas de hostal para probar el amor de alguna buena mujer. Me pregunto si ella alguna vez también ha podido descansar aquí. Carmela. Ella. Me la imagino entrando por la habitación, esperando a que yo le invite a echarse. Seguro que ella llevaría el vestido azul que tanto se ponía cuando nos conocimos. Ahora quizá también lo lleve. ¿Pensará en mí?
Puede que solo un momento. La imagino brindándome ese cálido amor de noches que ella guarda en su pequeña maleta de mano. Me entregaría gemidos y pasión y, de vez en cuando, algún beso verdadero. Me la imagino por el pequeño hall de entrada, caminando, mirándome directamente a los ojos, con la seguridad de una carcelaria. Me la imagino cerca, muy cerca, agarrándomela, apretándomela fuerte, bombeándomela como queriéndola arrancar. Me la imagino encima de mí siendo una diosa. Me imagino que yo no sería con quien ella lo estaría haciendo. Es extraño visto desde fuera.
Ella lo hacía como si estuviera oyendo un tango. Ella era segura en aquél hostal. ¿Podría estar cerca?, ¿podría estar en alguna de estas habitaciones contiguas a la mía? Hoy no quiero ni visitas ni compañía. Oigo los acordes del violín que están sonando en la primera planta. Me encuentro tumbado mirando a la puerta. Puede que esté a punto de llegar. ¿Alguno tuvo la suerte de que en ese momento llegara?, ¿sería ella la misma mujer que llegó un día y desde entonces ya no se mueve por nadie? Puede que así sea. Entendería tantas cosas si eso fuera así. Pero prefiero imaginármela durmiendo, tranquila, a poder ser acompañada. No quiero que sepa que estoy pensando en ella. Otra vez. Carmela. No quiero que sepa que la espero en este hostal todas las noches. Seguro que soy capaz de esperarla sentado tras la puerta de la habitación 303. Tres, cero, tres.
Ella me dijo que no quería saber nada más de mí. Ella me lo dijo en esta misma cama. Pero sus ojos me mentían, lo juro. Las cosas tienen que empezar y acabar en esta misma habitación. Me imagino si quien compartió la noche pasada esta cama también habría acabado algo. También habría dado por finalizado alguna etapa con nombre de persona y cuerpo de mujer. Y entonces me siento reconfortado por eso que llama conciencia colectiva. Imagino que ese hombre, esa misma noche, se enamoró de la prostituta, y ahí sigue, en alguna esquina de este hotel, esperando a que alguien sea capaz de abrir las ventanas y hacer que salga. Me lo imagino no queriéndolo entender. Me lo imagino esperando en otra cama de esta planta, mirando la puerta, y esperando a que ella entrara con el vestido azul que tantas veces llevaba puesto. Es mucho más fácil si así son las cosas. Algún día la dejaré de esperar. Pero hay mucho tiempo para ello. Sigo pensando que es mejor mirar a la puerta. Esperar al menos ruido para que ella entre. Porque estoy seguro de que lo hará. Sé que en esta planta hay muchos tantos como yo. No me importa. Quizá sean con quienes más cosas comparto. Hasta ahora solo me habría preocupado de llegar aquí. Ahora quizá tendría que hacerlo por saber que esta habitación está libre. Porque mi historia no es nada sin esta habitación. 303. Tres, cero, tres.
2.
Si hasta ahora no se sabía, aviso: es irreversible. La habitación se aprieta lo mismo que los huesos de la mano. Se abre el telón pero nada se mueve en este escenario de días pobres. Apaga la luz ahora, no es más que un espejo, el mismo de la infancia y de los aviones, de las paredes en ruinas de las catedrales y los hoteles por hora, del mundo que no ha sido y del que no será.
No me extraña que todo pese más que antes, tú, has dejado de ser. Estoy cansado de mirar telas sin nombre ni carmín, fotos amarillas de guerra, un escritorio de niño pudriéndose... Sólo encuentro mis rodillas, ahora curvadas y sin aliento ahora, sin camino ni suela... Ya nada es lo que parece, tú, te debes a un hombre sin escrúpulos -te debes a sus pequeñas muertes de palabras, no me engañes- yo, a un cuarto que ya no es tu cuarto.
Si hasta ahora no se sabía, aviso: Irreversible. Ya no espero nada. Deje de esperar aquella tarde en la esquina fumando. No llegaste. Intenté achacar tu pérdida a un problema de los coches, y de su maldita ciudad asfixiante. Nunca te he preguntado por qué no viniste aquel día. Sólo sé, que también en ese momento, se me empezaron a curvar las rodillas.
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