PLANTA CUARTA. Disfruta hoy del capitulo final de esta colección de relatos
1.
Un conserje entra con un carro de la limpieza en el ascensor y toca el botón de la cuarta planta. En el ascensor Ramón o Gustavo, mejor llámese Gustavo, no hace más que repasar en su cabeza todos los productos que lleva. Sus manos arrugadas no se mueven ni un milímetro del asa, ni su mirada de la puerta de metal. Las dos palas del ascensor se recogen como una planta carnívora y dejan a su vista un hall de terciopelo rojo.
401-435 hacia la izquierda. 436-470 hacia la derecha. Los dos pasillos son idénticos. Como casi todos los huéspedes del hotel. Todos sufren de corazones débiles y pequeñas fugas de amores por el costado izquierdo. La planta última, la octava, está destinada a los abandonados. Ramón o Gustavo, ya hemos dicho que es mejor que se llame Gustavo, hace tiempo que dejó la octava planta para meterse a conserje.
El pasillo de la izquierda siempre tienta y con él, los números pequeñitos, diminutos, iguales a una ruptura que no es todavía ruptura sino grietita, de esas que se aplastan contra el bazo y la sangre parece empezar a correr. Al fondo del pasillo una ventana pasada de moda es vigilante de todos los horrores que se cometen día a día allí. Gustavo o Ramón, mejor dicho Ramón, no para de mirarla asustado, como si ella hubiera presenciado más muertes que cualquiera o incluso las había cometido. Da unos pasos hacia adelante con el ruido de un tornillo desenroscado en la rueda derecha del carro. Esto hace que el conserje cojee y, desde la espalda, provoca una sonrisa terrible.
Gustavo no mira a los números. 405, 407, 415… Se imagina estando en la habitación ojeando por la mirilla al conserje cojo que salió de la planta octava. Todo el mundo conocía que él salió de la planta octava porque estaba abandonado y no quería reconocerlo. Ramón o Gustavo, perdonad por las molestias del nombre, imaginaba ser el payaso de todo el hotel, cinco estrellas no olvidemos, y encima tenía que ser el que limpiaba toda la miseria de aquellos.
A Gustavo no le gusta que le miren. 420, 424, 426… La rueda parecía pedir clemencia. Su espalda, ya curvada de años, también parecía pedir clemencia. De la 428 sale una joven de cabellos claros y vestido verde que, apoyada en el marco, mira su cojeo gracioso. Gustavo retira pronto la mirada de los ojos de aquella, que no hace más que suspirar palabras inconfesables. De la 430 otra joven repite lo mismo y así en cada una de las siguientes habitaciones.
La espalda de Gustavo o Ramón, ya no sé qué decirte, se convirtió en el punto de mira de todos. Tras pasar la habitación número 435 y viendo por el reflejo de la ventana a todas las mujeres reír, un conserje, ya sin nombre, salta al vacío para demostrar que él cometía todos los crímenes.
2.
A manotazos destrozo las clavijas del teclado sórdido y mordaz de un ordenador cualquiera en la 428. Me topo con alguna algarabía retórica por la que asomas tú, despiadado y suspicaz. Todo lo que me dices es una mentira de reyes. “No me enfrento a la realidad”, “no eres el mismo de antes”, “ya no es suficiente”… Muéstrame tu valentía quedándote a mi lado. Ya no valen las formas superpuestas, los círculos de la consciencia y la inconsciencia, el ego, la infancia…
Estás en otro plano, algo superior, lo haces llamar “el filo de la navaja”. Sos un funambulista por la vida misma. Eres despreciable, desgarrador y sombrío. No merezco nada de lo que tú, tan honesto y brillante me puedes dar.
No me dejas que de mi opinión. ¡Cómo para hacerlo! Primero lanzas dardos de doble punta, luego te transformas en serpiente con escrúpulos para acabar con una forma redonda de vientre, llamándome al descanso, a la vida eterna…
No quiero más caminos así. Me resigno a irme. No puedo estar en un continuo cambio y quien quiera, ¡que tenga la valentía de quedarse a mi lado! Huyo aquí, hasta que pueda moverme. De momento este hostal es lo único que tengo. Y paz. Por fin, paz.
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