La Loba y el Devorador
Caminaba en forma ondulante por las calles y lugares donde acostumbraba visitar en sus horas de soledad.
Blanca como una mota de algodón y suave como el más bello terciopelo, iba por las noches, invisible a los ojos de los hombres, tratando de encontrar una caricia o un instante de amor.
Nada ni nadie, la hacia perder las esperanza de que aquel macho que ella esperaba algún día iba aparecer.
Eran demasiados años de espera, ya no era la loba de antes ¿Cuantos años sin un hombre que la amara?
Jamás, nadie se lo creyó. Durante años fue castigada y no volvió a ser tocada por mortal alguno.
Después de 44 años apareció sin previo aviso, - según sus propias palabras - el hombre, dijo no ser el de antes. La loba quedó sin habla, no podía creer lo que estaba leyendo en una carta recibida.
Era él, el de siempre, el soñado, el que podría haber sido el padre de sus hijos. Su hombre, su compañero, su amigo, su confidente, el que le devolvería la risa y la alegría.
Pero, hubo tantos peros. El se lamentaba de no poder hacer algunas cosas, cuando la volvió a ver, pensó que ella, estaba en un pedestal demasiado inalcanzable. Hasta llegó a comentarle así como en broma, que era mucha carne, para un pobre gatito. Le hablaba sobre su forma de vestir, el color de las uñas, su elegancia, si hasta llegó a llamarla cuica.
La loba, desesperada, le contó como había sido la espera, que ella no era como él lo creía: En la infancia, pobre sin comodidades, en la madurez, dominada y con maltratos sicológicos. ¿Donde estaba entonces la cuica, elegante e inalcanzable? ¿Como hacer entender a los hombres que están ciegos y sordos y no tienen la valentía de saber buscar y esperar?
Se quejó de llegar tarde al andén. Ahora era todo diferente. Ella en su mundo y el sin nada que ofrecer. Eso le sucedía siempre - según sus propias palabras - y que nunca trato de dominar nada ni a nadie.
Cuándo tuvieron el primer encuentro, frente a frente, no había recuerdos de los rostros. El se describió, pero olvidó preguntarle a ella como era. La loba le mintió, confesándole que ya era una anciana de 80 años, canosa y quizás, solo lo iba a decepcionar. No lo creyó, advirtió que era mayor que ella, y que a pesar de todo, no le importaba, igual deseaba conocerla. El encuentro fue impactante. Cuando la vio quedó impresionado, se acercó y casi la ahogo con sus abrazos y besos. La loba, se asustó, todo el mundo mirándolos, se fueron tomados de la mano a conversar algún lugar en donde nadie los interrumpiera.
Sentados, con las miradas perplejas, tratando de preguntarse: ¿Cómo y por que había pasado tanto tiempo de la espera? Eran demasiados años, otras vidas, otras costumbres, otras manías y muchas cosas más. Quizás?
Largos Instantes mirándose en silencio y los labios ansiosos por preguntar tantas cosas y poder alcanzarse y explotar en besos desenfrenados y ansiosos.
Siempre tuvo la esperanza de volver a verlo. Cuando niña, solo un instante, al abrir la puerta cuando él fue a buscarla.
Dominada y prisionera de su propio hogar, ella, asustada pidió ayuda a su madre. Maldita la hora en que no tuvo la valentía de enfrentarlo ella misma. Pero era tan solo una niña, que ignoraba, la vida fuera de su hogar.
Fueron cartas y más cartas las que los unieron, ignorando ella, que algún día la irían a buscar.
Dicen que nunca es tarde para recomenzar: pero ¿Cómo podrían recomenzar? Él, temeroso de no poder hacerla feliz y ella, creyendo que todo era un sueño.
Sucedió un día de muchas cartas y llamadas antes. Se encontraron nuevamente. Ella, dispuesta a todo. No se iba permitir otra estupidez, ya no quería esperar, dejar irse al tiempo, el que quedaba era tan poco. Con todas las palabras que le regalaban los labios de él, la loba ya no podía esperar más para llenarlo de besos y deseos. Cuándo llegó el momento, ella entregó todo de sí. Estaba, por los años, como si fuera la primera vez. El hombre la volvió loca de pasiones, hasta quedar sin aliento. Llegó a pensar por instantes que se iba a quedar ahí dormida para siempre. La miró una y otra vez, asombrado de sus pechos, blancos y pequeños como los de una niña. Recorrió con sus manos, esa piel ardiente y deseosa de ser poseída. Se decía así misma: “Tómame, aunque sea por una sola vez. Hazme tuya como nunca en la vida. Dime cosas bellas aunque sean para engañarme, pero hazme tuya por fin y para siempre. Fueron horas de un lujurioso encuentro. Ninguno de los dos quedo vencido, el tiempo no había pasado sobre sus ímpetus. Eran dos criaturas locas de fuego y de deseos. En ese instante, nada era más importante, que lograr el sublime placer del encuentro. Bañados de sudor y mieles, se dijeron cosas, nunca antes escuchadas por ella, la loba hambrienta y sedienta de amor. Palabras dichas, por su lobo devorador.
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TítuloLa Loba y el Devorador