Los ojos de mi muñeca por Andrea More
––¿Por qué estás tan calladito hoy, Julio? Ha sido explosivo, como siempre, sabes muy bien cómo hacer disfrutar a una mujer. Mariona presumía de lo buen amante que eres, pero nunca imaginé que lo comprobaría yo misma. Sé que no te gusta que te lo diga, pero pienso que lo mejor que le podría suceder ahora a ella es que no despertase nunca o se muriera de una puta vez, así nos dejaría vivir en paz.
Julio, irritado por el comentario, se cubrió la cara con las manos.
—Me siento mal, esto que hacemos no está bien, ella no se lo merece.
—¿Irás después a verla al hospital? —le preguntó Sara.
—Claro que sí, ¿acaso no voy todos los días?
—Me voy a la ducha —concluyó Julio, levantándose con gesto serio de la cama.
Un cuarto de hora más tarde, ambos se montaron en el coche y durante el trayecto ninguno articuló palabra. Al llegar al hospital, aparcaron en el estacionamiento contiguo. Un cielo plomizo ensuciaba la atmósfera con su vaho gris.
—¿Sigues molesto conmigo por lo que dije? Perdóname —suplicó Sara.
En silencio, se dirigieron a la habitación y, una vez allí, contemplaron a Mariona, que seguía inconsciente en su lecho. A su lado estaba Rina, su madre, que no se había separado en ningún momento de su hija desde que entró en estado vegetativo.
—Rina, ¿otra vez ha pasado la noche aquí? —le regañó Julio—. Los médicos dijeron que nos fuésemos a casa, se lo he dicho muchas veces, que aquí no hacíamos nada.
—¿Tú me vas a decir lo que tengo que hacer, cuando no fuiste capaz de mirar a mi hija desde que perdió al bebé? Lo que no tienes es vergüenza, y tú, Sara, todavía menos. No sé cómo tenéis la cara dura de presentaros juntos.
—Te recuerdo que soy su mejor amiga, y quiero verla.
—Precisamente por eso. Igual te crees que soy tonta, o te piensas que Mariona no sabía nada. Pero ella está aquí por vuestra culpa.
—Eso no es verdad —intervino Julio—. Mariona estaba enferma.
—Enferma de amor, un amor no correspondido por ti y traicionada por su mejor amiga. —Rina miró a los ojos de Sara de modo desafiante y, con hiel en la voz, le dijo entornando los parpados y señalándola con el dedo—: Yo te maldigo, Sara, deseo que tu vida cambie y no haya día que te arrepientas de lo que has hecho. En cuanto a ti, Julio, nunca te perdonaré. Si aún deseáis tener un buen gesto hacia ella… marchaos y no volved nunca más por aquí.
—Bruja, eso es lo que eres, una bruja —replicó Sara—una bruja. Que sepas que no le tengo ningún miedo a sus tonterías, y ojalá que su hija se muera porque así Julio, será mío para siempre.
Su cuerpo temblaba de ira, mientras sus ojos transmitían un odio contenido hasta entonces.
—Pero ¿qué dices, Sara? ¿Acaso te has vuelto loca?, yo no pertenezco a nadie. Lo siento, Rina, es cierto, no me he portado bien. Me marcharé y no volveré, solo te pido que, si despierta, por favor me llames.
Julio marchó herido por las palabras de Rina. Sara corrió tras sus pasos por el largo pasillo en un intento de seguirlo, pero él la cogió por los hombros con firmeza y le dijo:
—No, por favor, necesito estar solo.
Julio llegó a casa con lágrimas en los ojos. Cogió la maleta que tenía encima del armario con intención de marcharse lejos. Al abrirla, se encontró con algo inesperado: la muñeca que Rina le había regalado a su hija poco después de decirle que estaba embarazada. Ella nunca le hizo mucho caso, mientras que a él le parecía un juguete único. Años atrás, Julio había trabajado con un anticuario y sabía que aquella muñeca tenía más de cien años. Era una auténtica joya, que Rina había encontrado de casualidad envuelta con un plástico y enterrada en el suelo del desván de la casa del pueblo. Cuando Mariona, celosa, descubrió el interés que Julio tenía por la muñeca, ésta desapareció como por arte de magia.
***
Sara estaba aturdida, no podía mover ningún miembro, ni la cabeza, pero sí veía perfectamente todo lo que ocurría delante. Sus ojos miraban absortos la nuca de Julio mientras conducía. Intentó decirle algo, pero de sus labios no brotó ninguna palabra. Julio giró la cabeza porque sintió como si alguien le estuviera observando la nuca, pero al hacerlo, solo vio a su muñeca sentada en la parte de atrás del coche.
Estuvo conduciendo durante horas, hasta llegar al pequeño municipio donde vivió su infancia antes de que ocurriera el accidente de sus padres. Subió corriendo a su habitación por una desvencijada escalera y la encontró exactamente igual que la dejó la última vez, antes de quedarse huérfano y lo acogiera Rina, que era la mejor amiga de su madre y quiso quedarse con él.
Julio cogió la muñeca y la dejó sentada en el sillón que tenía frente a su cama. Después, se acostó para descansar.
Sara, en el interior de la muñeca, solo podía ver y escuchar. Al principio no comprendía lo que estaba sucediendo, pero recordó la maldición de Rina y sintió un miedo atroz.
—Te diré una cosa —dijo Julio, dirigiéndose a la muñeca—. Toda la vida estuve enamorado de Mariona, nos criamos juntos, todo lo hicimos juntos por primera vez. Yo la adoraba, era tan dulce… Lo tenía todo, era guapa, inteligente, olía siempre tan bien… Sin duda, es la mejor persona que he conocido nunca. Yo la quería y la quiero aún, pero desde que se obsesionó con la idea de ser madre todo cambió, y lo peor vino cuando murió el bebé. Desde entonces ella siempre estaba ausente. Sara venía a consolarla, pero Mariona no estaba en este mundo, así que a quien consoló fue a mí. Es injusto lo que hice y estoy tan arrepentido. ¿Sabes?, cuando te vi por primera vez, me di cuenta de que eras una muñeca diferente. Nunca había visto algo tan hermoso como tú, nada más verte le propuse llevarte a un museo de juguetes donde todo el mundo pudiera contemplar tanta belleza transformada en muñeca. Pero ella no quiso donarte y te escondió en la maleta.
***
Lejos de allí, en el hospital, Mariona se despertaba lentamente del estado en el que se encontraba y lo primero que vio fue a su madre sentada a su lado, durmiendo en la butaca.
—Mamá, mamá —dijo con voz débil.
Rina la escuchó entre sueños y despertó de su letargo sobresaltada.
—Hija, pensé que no volverías a la vida. ¡Qué alegría! —La abrazó y la besó entre lágrimas, alzando los brazos al cielo y dando gracias a Dios.
—Mamá, ¿dónde está Julio?, ¿por qué no está aquí?
—Mariona, ¿cómo puedes preguntar por él después de lo que te ha hecho?
—Porque le quiero, yo le quiero mucho, mamá —confesaba con los ojos fijos en Rina.
—Le dije que se marchase y no volviera nunca más. Pensé que no desearías verlo.
—Llámalo, por favor, dile que venga, lo necesito.
—Hija, por Dios.
—Sí, sí, llámalo, llámalo, quiero verlo.
***
Julio se había quedado dormido, exhausto del largo viaje. La música del teléfono lo despertó y, volviendo a la realidad, contestó sobresaltado:
—¡Sí!
—Hola, Julio, soy Rina. Mariona se despertó y quiere verte.
El rostro de Julio se contrajo. Luego, hizo un mohín propio de un niño, y lloró, lloró de alegría.
—Julio, espero que de verdad la quieras porque si le haces algo, te juro que te mataré con mis propias manos.
—La quiero, sí, la quiero con locura.
—¿Dónde te encuentras? —le preguntó Rina.
—Ahora estoy en el pueblo de mis padres, solo. Bueno, solo no, me traje conmigo la muñeca que le regalaste a tu hija cuando se quedó en estado, la encontré en el interior de una maleta.
—Quiero que me hagas un último favor antes de venir, no me preguntes por qué, solo quiero que lo hagas y no me falles.
—Por supuesto, ¿qué desea?
***
Julio cogió una pala oxidada del sótano y, en una esquina del jardín cavó un profundo hoyo. Después subió por la muñeca, la envolvió en una bolsa de plástico y la tiró al negro agujero.
Cuando comprendió que la iban a enterrar viva, Sara atrapada intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca.
Pese al cansancio de las muchas horas de viaje, Julio fue directo a ver a Mariona. La besó y la abrazó como nunca lo había hecho.
Pasaron años viviendo como dos auténticos enamorados, hasta que un día Mariona, haciendo limpieza, extrajo unos libros de la estantería y vio que detrás había una bolsa escondida. Echó un vistazo y reconoció de inmediato su muñeca.
Sara abrió los ojos.
Andrea More
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