Un grito de esperanza por José María Ariño
El cuarto poemario de María Piña, Con voz de mujer, es un aldabonazo claro y sincero que despierta la reflexión, alienta las emociones y penetra hasta el fondo del alma. La polifacética poeta dominicana –periodista, profesional de la comunicación, actriz, declamadora, relaciones públicas y empresaria de marketing y datos–, afincada en España desde 2005, nos regala un ramillete de poemas llenos de sensibilidad, de aliento solidario y muy cercanos a la realidad cotidiana. Una realidad que sufre día tras días las consecuencias de las guerras, la discriminación de la mujer y su falta de libertad en casi todos los ámbitos familiares y sociales.
Con una original combinación de poemas y prosa poética, María toma como punto de partida una pesadilla –en “Bailaba con la locura”– y se adentra en el laberinto de niñas ultrajadas, de las heridas interiores del machismo, de los matrimonios infantiles impuestos, de la práctica cruel de la ablación y de las relaciones tóxicas. Cada uno de sus versos es una llamada de atención que, cual semáforo rojo, se enciende cada vez que la violencia física o mental afecta a las mujeres. La poeta se convierte en altavoz de todas las niñas del mundo, porque no se merecen que se les arrebate la infancia y la libertad. Por eso, a medida que nos adentramos en los poemas, aumenta nuestra inquietud y solidaridad por tantas mujeres que luchan por sobrevivir –“Después de ti, sigo entera. Con algunas cicatrices, pero viva”–.
Son gritos que afloran desde el fondo del alma, esa alma que muere “cuando hombres egoístas / egocéntricos y vacíos de todo sentimiento / de solidaridad y humanidad inician guerras / absurdas por no confiar en el milagro de la palabra / que nos lleva al entendimiento”. Pero es en el poema “No a ninguna guerra” donde María alza la voz y expresa “Dolor, rabia e impotencia / siente mi alma ante la / guerra, ante cualquier guerra”. Una preocupación, por desgracia, de total actualidad. Como contrapartida, hay poemas que se convierten en un canto a la paz y otros que inician a contratiempo un vuelo de esperanza entre tanta basura. Así lo expresa en una de las composiciones más logradas, tejida de excelentes metáforas y con un ritmo interior sugerente: “Y ahí estaba cada mañana, cosiendo heridas… / cocinando esperanzas con el sueño de que un día / pudiese hacer realidad otra vida donde poder vivir libre”.
En una obra poética tan profunda y reflexiva no podía faltar el amor, ingrediente esencial de la vida cotidiana. Una vida que hay que afrontar con optimismo –“vive, sonríe, agradece”– y que hay que disfrutar saboreando la felicidad que nos aporta el latido fugaz del tiempo: “La belleza está en el interior y en las pequeñas cosas”. Porque para superar los momentos agridulces de la ausencia, el desamor o el abandono está también la poesía, esa “semilla de paz en el mundo”. Aunque el espejo refleje un mundo distorsionado, hay que intentar quitarse la careta de la hipocresía y escapar de la engañosa “Jaula de oro”, que atenta contra la libertad y contra los derechos más elementales del ser humano.
Desde el punto de vista formal, la poesía de María Piña sigue un camino ascendente y supera las expectativas de sus tres poemarios anteriores. Su aliento vital, su hondura reflexiva y su clarividencia para denunciar situaciones injustas convierten cada uno de sus poemas en un grito de esperanza.
José María Ariño Colás
Doctor en Filología Hispánica
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