La leyenda de la mujer araña. (Benjamin Lacombe, Prosper Mérimeé y Jun'ichirō Tanizaki). Por Marta Castaño y Álex Tiraplegui.
Pensar en la unión de las historias de escritores tan separados en el espacio como el japonés Jun’ichirō Tanizaki y el francés Prosper Mérimée puede parecer una fantasía. Prósper Mérimeé murió en Cannes en 1870, mientras que Tanizaki nació en Japón en 1886. La imposibilidad de que ambos autores se conociesen nos hace pensar en cómo pueden llegar a coincidir tantos aspectos en dos de sus obras. Sin embargo, gracias a la peculiar mirada del ilustrador francés Benjamin Lacombe, se pueden encontrar algunos puntos de unión entre los personajes femeninos de las historias de estos dos literatos.
El pasado 27 de noviembre vio la luz, gracias a la editorial Edelvives, una de las obras más esperadas del ilustrador. Un libro en el que Lacombe juega con formas arácnidas y atmósferas oscuras para ilustrar uno de los relatos más representativos del siglo XIX: la novela corta Carmen (1845), inmortalizada y llevada a la fama por la ópera homónima del compositor Georges Bizet, que se estrenó en la Opéra-Comique de París el 3 de marzo de 1875.
Hay que tener en cuenta que Merimeé hace alusión a Carmen como una mantis religiosa y no como una araña, que es la representación elegida por Lacombe. Ambos insectos juegan el mismo papel en la naturaleza, ya que la hembra da muerte y devora al macho tras el apareamiento. Pero el símbolo de la araña posee significados adicionales.
Tanizaki acerca a Occidente la leyenda asiática de los Jorōgumo, monstruos con forma de mujer-araña que se caracterizan por seducir y matar a los hombres que se acercan a ellos. De esta historia beberán otras muchas culturas, hasta configurar el mito popular de la femme fatale , conocida también como “viuda negra”.
Las leyendas sobre los Jorōgumo cuentan que, durante el periodo Edo (1603-1868), una mujer hermosa atraía a los hombres a una choza donde se tocaba un Biwa (laúd japonés), mientras la víctima se distrae con el sonido del instrumento, la mujer se une a él a través de unos hilos de seda de araña, con el fin de devorarlo.
El relato “Tatuaje” (1910) cuenta, a través del arte del tatuaje y con el trasfondo del Japón de la época Edo, la creación de la identidad y el paso de la infancia a la madurez de una aprendiz de Geisha. Durante la época Edo los tatuajes estaban más extendidos en Japón y tenían una consideración más elevada que la actual. Cada dibujo tenía un valor oculto: animales mitológicos como el dragón, la carpa, las flores o seres sobrenaturales como los demonios oni, tienen un porqué y una significación. El tatuador Seikichi, tras escoger el cuerpo de la joven como el lienzo perfecto para su obra, dibuja en su espalda una araña que va a simbolizar el carácter más íntimo de la protagonista. Este animal, no está elegido al azar por el artista, sino que se relaciona directamente con la leyenda de la mujer araña mencionada anteriormente. Seikichi le dice a la joven tras acabar su trabajo: “No existe hoy una mujer en el Japón que se pueda comparar contigo. Tus viejos temores han desaparecido. Todos los hombres serán tus víctimas”. (Tanizaki, 2014, p. 21)
De ésta manera Tanizaki configura la psicología de su personaje, y además, consolida la simbología de los tatuajes en la época Edo en Japón, que Occidente ha heredado. Así, el autor, crea un relato cargado de sensualidad, que juega en los abismos del sadismo y el placer. Pese a ser una de sus obras más tempranas, se trata de uno de los relatos que mejor condensa algunos de los principales elementos de su estilo: el erotismo perverso, las relaciones de dominación, la crueldad, las mujeres fatales, y el gusto por lo oscuro.
Es posible, aunque improbable, que la obra de Marimeé hubiera llegado a manos de Tanizaki, pero una cosa es clara: ambos trabajan sobre la misma imagen y los mismos conceptos: una mujer que engatusa, conmueve, enamora por su belleza y lleva a la muerte a cualquier hombre que atrapa.
Carmen es una breve novela que narra la historia de Don José Lizarrabengoa (conocido como José Navarro en Andalucía), un ex militar de origen navarro (de Elizondo, en Baztán), el cual relata su vida y cuenta el amor desmesurado que ha sufrido por Carmen, una gitana sensual que se cruzó en su camino, le apartó del ejército y le arrastró hacia el delito, convirtiéndole en un bandido, llevando una vida llena de fatalidades al sur de España.
En la novela, Carmen, de acuerdo con las creencias de la época, formaba parte del lado perverso del mundo. Las gitanas eran consideradas como brujas al servicio de Satán, que controlaban las artes oscuras y seducían con sus encantos a todo aquél que se acercaba. La propia Carmen le dice a José Navarro en un momento de la novela: “Encontraste al diablo, sí, al diablo; no siempre es negro, y no te ha retorcido el cuello. Estoy vestida de lana, pero no soy cordero” (Mérimée, 1845, p.72).
En el pasaje en el que José se enamora de ella, se hace alusión a su belleza, sus ojos y, posteriormente, a las buenas artes que ella tenía en la cama con los hombres. El autor se centra en representar el atractivo de Carmen con rasgos sobrenaturales y de corte satánico: “Era una belleza extraña y salvaje, un rostro que al principio extrañaba, pero que no se podía olvidar. Sus ojos, sobre todo, tenían una expresión voluptuosa y feroz a la vez que no he encontrado después en ninguna mirada humana”. (Mérimée, 1845, p.37).
Lacombe representa a Carmen, en sus primeras apariciones, como una reina araña. En el prólogo ya nos dice que “Carmen es capaz de cautivar a todo hombre que se cruza con ella y teje una telaraña a su alrededor hasta que lo envuelve, noqueado, en su mantilla”. En las ilustraciones se la ve como un ser superior demoníaco con forma de arácnido, que captura a todos los hombres y los hace perder la cabeza. Esto nos hace conocer por completo la naturaleza de este personaje.
Se encuentra, en este punto de la obra de Lacombe, una estructura similar a la que ofrece Tanizaki en su relato “Tatuaje”, cuando otorga a la mujer protagonista el título de Geisha o prostituta enseñándole dos kakemonos ( pinturas o caligrafías que se cuelgan de forma alargada en sentido vertical), uno de ellos representa la imagen de una princesa china que contempla a un hombre que va a ser torturado y en el otro se muestra una joven contemplando un montón de cadáveres de hombres que yacen a sus pies. Los dibujos son la premonición del destino de la joven una vez tatuada: “Estas pinturas muestran tu futuro (...). Todos estos hombres arruinarán sus vidas por ti”.(Tanizaki, 2012, p.18)
Además, al igual que en las leyendas japonesas, la historia de Mérimée ilustrada por Lacombe, se envuelve por completo en una atmósfera oscura y asfixiante, alejándose así de la idea de España como país luminoso y reforzando la imagen de la mujer como un ser infernal, fuente de perdición para los hombres. Confluyen en este punto ambas historias, conectando dos culturas muy diferentes, gracias a la fuerza simbólica de la mitología y las leyendas populares que confirman la idea de la mujer fatal y el carácter arácnido de la misma que más tarde se conocerá como la “viuda negra”.
Autores: Marta Castaño y Álex Tiraplegui.
(Twitter:@Pekenyami ) y Álex Tiraplegui (Twitter: @tiraplegui)
Bibliografía:
Mérimée, P. y Lacombe, B. (2017). Carmen . Zaragoza: Edelvives.
Tanizaki, J., Crespo, A. y Balseiro, M. (2014). Siete cuentos japoneses . Barcelona: Debolsillo.
Toriyama, S. (2014). Guía ilustrada de monstruos y fantasmas de Japón . San Fernando de Henares, Madrid: Quaterni.
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