Caminábamos bajo el sol del mediodía y nuestros pasos se hundían en el lodo mientras nos dirigíamos hacia el Este. Frente a nosotras, el antiguo templo de Hércules respiraba bajo el castillo de Sancti Petri como un coloso atrapado en las reyertas del dieciocho. La playa de Camposoto, fue un antiguo campo de batalla plagado de baterías defensivas bajo lodazales.
El viento de poniente soplaba con fuerza y borraba nuestras huellas; protegía el Santuario de los intrusos. Gema y yo, perseguíamos la estela de los arco iris sobre las olas. Buscábamos el rastro luminoso de un espíritu que jugaba con la espuma; las señales de un guía con forma de perro.
Tras caminar varios kilómetros, divisamos una extensa explanada. La gran duna apareció entre gigantescos arenales. Tara, siempre se paraba frente al monolito de arena y me miraba con sus grandes ojos de Shih Tzu. Los momentos que compartí con ella, se grabaron en el espacio-tiempo creando un portal de sentimiento.
Gema, paró su marcha acelerada y miró hacia la lejanía. Días antes, le pedí a mi mentora que participase en esta aventura. Quería saber si ella también sentía el poder del Santuario.
—¡Aquí está! Escucho las voces. —La percepción de Gema comenzó a activarse.
En la tierra, existen santuarios naturales por los que fluye el alma del planeta, emplazamientos sacros donde los elementos se manifiestan con una energía especial. Nuestros antepasados, dotados de una sensibilidad innata, encontraban estos lugares de poder guiados por los seres de la naturaleza. Estas criaturas, eran veneradas por poseer sentidos sobrenaturales que ayudaban al hombre a conectarse con el universo y las estrellas. Tara, fue una de ellas y como antaño, seguíamos las señales de un espíritu que vivía más allá de lo etéreo.
—Mi hermana nos guiado. Estamos aquí por una razón. —Comprendí la importancia de su mensaje.
El océano nos habló con su aliento abisal. Mi mentora repitió los ecos del pasado:
—La roca es dura, pero el agua vence a la roca. El espíritu es como el agua.
Escuchamos una canción, una sintonía. La música del Santuario dibujó ondas sobre la arena. La intensa vibración, reveló secretos de avanzadas tecnologías que inspiraron a hombres de ciencia, planos ocultos de dimensiones abstractas que se materializaban para ser leídos por los estudiosos del futuro. La ondulación expansiva crecía, se esparcía, abría sus brazos al mundo. Nos dejamos guiar por el alumbramiento de una raza perdida, por el eco de una civilización que emergía con alas de arena desde las profundidades. La magia de Atlantis; regresaba.