Suspiros al techo, ojos cerrándose y una mano que cae lánguida sobre el colchón. Llega el silencio; un mensajero persiguiendo aquel instante huidizo.
Siempre recordaré el momento en el que la conocí. Las malas lenguas me previnieron:
«¡No será tan cristalina! Su color es negro, es tenebrosa. Su oscuridad te tragará y te robará aquello por lo que has luchado».
Otros, la calumniaron:
«Es pasional como una ninfómana. Te contagiará de su sensualidad y te llevará a su cielo privado encerrándote en un palacio de placeres del que no saldrás jamás».
Incluso algunos criticaron su aspecto:
«¡Ni te acerques, está hecha de colores flamígeros y sus llamas harán arder tu cuerpo hasta descomponerlo en pedacitos!».
Mal pensados, ella no es así…
Me prepara para el final del camino cuando duermo, recordándome que algún día ya no despertaré. Guía mis días de infortunio anunciándome que descansaré de ellos y me avisa cuando un ser querido se vuelve de cristal diciéndome que en un futuro podré ver su reflejo. Ella, me susurra al oído:
—La transparencia está dentro de ti desde que naciste y corre por tus venas como una sangre que nunca se seca. Una segunda vida después del sueño que te acuna con su brazo aterciopelado para que camines sobre el lienzo del devenir.
Lo que nos desprende es hermoso; nos hace brillar. Lo que nos desprende es compasivo; nos libera. Lo que nos desprende es justo porque su justicia es serena. Lo que nos desprende nos hace fuerte hasta que mudemos de piel. Ella, nos recuerda que nunca morimos…