El Cuerpo de la Inspiración
«No quiero tener muchos conocimientos; quiero ser lo suficientemente inocente como para que la existencia me revele sus misterios».
Osho
Emprendí un camino sin retorno, un paseo de solo ida. La aventura de caballero andante me condujo hacia un universo creativo compartido célula a célula con el cuerpo de la inspiración. Mantengo un parloteo dicharachero con esta fuerza ancestral y atávica, con esta urdimbre eléctrica que entrelaza la fantasía con la imaginación, la razón con la intuición y la realidad con los sueños. Desde siempre, sentía las historias que releía como mundos vivos, vibrantes; universos plagados de recovecos donde la inocencia era la llave para acceder a ellos.
Muchos consideran que la ingenuidad es una forma de pureza propia de los que nunca han crecido, de los que renuncian a ser adultos, de los que se asombran y se sorprenden sin entornar la mirada. De los que se esconden de la ironía de contar los segundos que dura una sonrisa.
El tiempo no se mide con máquinas. Respirar es una diversión, reír es un estado natural.
A medida que subimos los peldaños de cada época, dicen que debes despojarte de aquello que te aleja de lo racional, de la lógica, de la analítica más escueta propia del pensamiento adulto.
«Hay que ser serios, centrados; unos locos cuerdos. Ya es hora de que crezcas. ¡Crece, crece de una vez!».
Palabras…
La inventiva no está en desavenencia con la realidad. A veces, para llegar a la simplicidad hay que desaprender, volver a aprender y redescubrir lo que éramos en esencia desde que nacimos. Cuando llega el momento en el que el discípulo de uno mismo atrapa la estela de su propio brillo, el encuentro con la inocencia nos lleva de la mano hasta encontrarnos con el talento.
Y el artista tiene sus propios juguetes. Lienzos, partituras, hojas de papel. Trozos de materia, trazos de ideas. A través del arte somos lo que fuimos y lo que nunca dejaremos de ser; adultos sin edad eternamente inspirados. Nunca me olvidé de esa niña que escribe sin parar historias que pueden ocurrir en algún lugar remoto de la inventiva. La fantasía camina por nuestro cerebro como si fuera su casa. Fluye sin juzgar y en esa libertad despojada de sentimientos aprendidos o contradictorios, la fantasía nos habla con su glosario infinito sobre el gran organismo vivo del arte.
El reflejo de lo que fuimos, el estado infantil que yace guardado en un rincón remoto de la memoria, espera que sea liberado de la cárcel conceptual que hemos ido levantando reja a reja, inconsciencia tras inconsciencia, para reencontrarnos con ese don precioso que es la inocencia.
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TítuloEl Cuerpo de la Inspiración