LXXV
Ávida y fugaz de libertad
rompo mis cadenas
contra el tiempo,
despojando sus destrozos
al tormento.
Ávida y fugaz de libertad
yo hiero y arremeto
arcano incierto.
Hiero con mi libertad
deploradora y sofoco
lo que amo y lo que anhelo.
Mi libertad,
timón de mi rumbo
hacia el destino,
marca y aprisiona
mi camino.
Mi libertad,
un día,
me ha de traicionar.
LXXVI
Quiero morir así:
el contacto de mi cuerpo
con tu cuerpo,
tus miembros y mis miembros
inquietos y modélicos.
Sólo quiero morir
con tu pecho en mi pecho,
desnudos sin pudor,
tú, viril y sin complejos.
Morir sobre la tumba
de tu cuerpo
en el lecho desnudo,
ya sin nada,
sin pudor ni decoro.
¡Todo tan bello!
Mi cuerpo frágil,
de mujer entregada
y ardiente sobre ti,
adhiriendo mi cuerpo
la silueta del tuyo
y mi tez en tu pecho,
tu boca en mi mejilla.
¡Ven, guadaña, mátame,
esa muerte es divina!
LXXVII
La paz. El mar.
El mar alivia
el dolor del corazón.
Es sendero deseado
que emblanquece mi alma.
Paz.
Persigo la paz, el sosiego,
y busco dejar de sufrir.
Quiero paz ansiada,
paz trascendental,
paz que culmina
en el ocaso y
funde el crepúsculo escarlata.
Paz que planea entre bosques
y susurra un himno al infinito.
Paz que he perdido…..,
no sé dónde.
LXXVIII
¡Ah, mi Sevilla tartesa,
saeta del que la ama,
voladora que ella cruza
el infinito y lo pasa!
Y lo pasa……
y besa el tiempo
y roza la azul mañana
y me abraza a la alegría
y soy presa de su Alcázar.
¡Ahí, Sevilla bullanguera,
dicharachera y gitana!
¡Ahí, Sevilla, no me olvides
porque, tu, en mí, vas marcada!
Yo te adoro, mi Sevilla,
tú eres mi aliento y mi alma
desde cualquier lejanía,
muy afuera de tu alma,
mi esencia estará contigo
y tu aliento, ya me embarga.
Mi Sevilla, yo te adoro,
a ti y a tu fiel Giralda,
a esa mujer tan hermosa
que con talla de esmeralda
convive entre mis recuerdos
y lucha contra fantasmas.
¡Ahí, Sevilla, no me olvides
en la infinidad de tu alma,
ni me dejes triste y sola
porque, tu, en mí, vas marcada!
LXXIX
Tu ama mucho, amor.
Puedes amar un día,
una semana,
un mes,
trescientos días
y hasta más de un año.
Tu amor es fuerte,
fiero, pasional y confuso.
Vuela efímero
con la brisa del tiempo.
Amas fiero,
amas mucho
pero rápido y necio.
Tu amor es dulce,
es el amor perfecto
para amantes, y yo,
siempre lívida
y fría, yazgo en tus garras.
Yo no amo tanto,
ni a tanto galope,
ni a tanta rapidez
pero amo
y como te amo
lo hago para siempre.
LXXX
Te esperaré sentada
en el andén del tiempo.
Te esperaré
sin mirar tus arrugas
o tus canas.
Esperaré
como esperó Israel
a su profeta.
Con la fe y un amor
vivo y eterno.
Te esperaré,
pero si el límite
del tiempo teje
el final de la esperanza
y mi paciencia susurra:
“el tiempo y tus canas
ya no aguardan”,
dejaré de esperarte
sentada en el andén.
Habré tomado el rumbo
de un camino lejano,
guiado por el báculo
del destino marcado,
pero, allá, cuando llegue,
en la nueva estación,
sentada en el andén…
te esperaré.
LXXXI
El mar azul,
cresposo y torbellino.
El mar en noche
fría y azulada.
Frialdad del mar,
pureza de una casta,
sosiego de una noche de verano.
Estoy en el mar,
en el puerto,
y mi alma está a la orilla
………, y tu recuerdo.
LXXXII
Es el invierno
una pesada loza
sobre la que
se aplastan mis días.
¿Podré resistir así
por mucho tiempo?
¡Toda la vida!
Añoró errante
y contemplo tu imagen
en tenebrosas falacias.
¿Podré resistir así
por mucho tiempo?
¡Toda la vida!
No sé si será toda la vida,
sólo sé que te amo
y te recuerdo
y que te espero aquí
toda la vida.
LXXXIII
Este sordo dolor
que por los matorrales
se deshace ante la noche
es mi espectro vacío.
Es vacuo, inútil, mezquino.
Es fruto de un horror
blando y furtivo.
Es un sufrir inmenso
que me ata
a la boca de un torrente
y me desgaja,
hoja a hoja,
en frágil viento,
para arrinconarme
inerte entre tormentos.
LXXXIV
Estoy aquí, yo,
mi soledad y el mar.
Ese mar inmenso,
¡tan grande!,
infinito e incierto.
Un mar de verano,
de aleteo, triste, profundo
y casi solitario
aunque vivo e inquieto.
Estoy aquí y
contemplo en la orilla,
pregunto y sus olas responden.
El mar junto a mí,
él y yo. Los dos a solas.
LXXXV
Existo en la medida del mundo,
en la medida en que la niebla
diáfana trasluce la mañana
y emana y sueña y vive
y respira y exalta.
No vivo, yo,
aletargo y sueño en cielos.
…………………….