REVISTA CULTURAL BLANCO SOBRE NEGRO


 

Literatura

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Poemas de Juventud de Carmen Torronteras (VIII)

LXXV

Ávida y fugaz de libertad

rompo mis cadenas

contra el tiempo,

despojando sus destrozos

al tormento.

Ávida y fugaz de libertad

yo hiero y arremeto

arcano incierto.

Hiero con mi libertad

deploradora y sofoco

lo que amo y lo que anhelo.

Mi libertad,

timón de mi rumbo

hacia el destino,

marca y aprisiona

mi camino.

Mi libertad,

un día, 

me ha de traicionar.

 

LXXVI

Quiero morir así:

el contacto de mi cuerpo

con tu cuerpo,

tus miembros y mis miembros

inquietos y modélicos.

Sólo quiero morir

con tu pecho en mi pecho,

desnudos sin pudor,

tú, viril y sin complejos.

Morir sobre la tumba

de tu cuerpo

en el lecho desnudo,

ya sin nada,

sin pudor ni decoro.

¡Todo tan bello!

Mi cuerpo frágil,

de mujer entregada

y ardiente sobre ti,

adhiriendo mi cuerpo

la silueta del tuyo

y mi tez en tu pecho,

tu boca en mi mejilla.

¡Ven, guadaña, mátame,

esa muerte es divina!

 

LXXVII

La paz. El mar.

El mar alivia

el dolor del corazón.

Es sendero deseado

que emblanquece mi alma.

Paz.

Persigo la paz, el sosiego,

y busco dejar de sufrir.

Quiero paz ansiada,

paz trascendental,

paz que culmina

en el ocaso y

funde el crepúsculo escarlata.

Paz que planea entre bosques

y susurra un himno al infinito.

Paz que he perdido…..,

 no sé dónde.

 

LXXVIII

¡Ah, mi Sevilla tartesa,

saeta del que la ama,

voladora que ella cruza

el infinito y lo pasa!

Y lo pasa……

y besa el tiempo

y roza la azul mañana

y me abraza a la alegría

y soy presa de su Alcázar.

¡Ahí, Sevilla bullanguera,

dicharachera y gitana!

¡Ahí, Sevilla, no me olvides

porque, tu, en mí, vas marcada!

Yo te adoro, mi Sevilla,

tú eres mi aliento y mi alma

desde cualquier lejanía,

muy afuera de tu alma,

mi esencia estará contigo

y tu aliento, ya me embarga.

Mi Sevilla, yo te adoro,

a ti y a tu fiel Giralda,

a esa mujer tan hermosa

que con talla de esmeralda

convive entre mis recuerdos

y lucha contra fantasmas.

¡Ahí, Sevilla, no me olvides

en la infinidad de tu alma,

ni me dejes triste y sola

porque, tu, en mí, vas marcada!

 

LXXIX

Tu ama mucho, amor.

Puedes amar un día,

una semana,

un mes,

trescientos días

y hasta más de un año.

Tu amor es fuerte,

fiero, pasional y confuso.

Vuela efímero

con la brisa del tiempo.

Amas fiero,

amas mucho

pero rápido y necio.

Tu amor es dulce,

 es el amor perfecto

para amantes, y yo,

siempre lívida

y fría, yazgo en tus garras.

Yo no amo tanto,

ni a tanto galope,

ni a tanta rapidez

pero amo

y como te amo

lo hago para siempre.

 

LXXX

Te esperaré sentada

en el andén del tiempo.

Te esperaré

sin mirar tus arrugas

o tus canas.

Esperaré

como esperó Israel

a su profeta.

Con la fe y un amor

vivo y eterno.

Te esperaré,

pero si el límite 

del tiempo teje

el final de la esperanza

y mi paciencia susurra:

“el tiempo y tus canas

ya no aguardan”,

dejaré de esperarte

sentada en el andén.

Habré tomado el rumbo

de un camino lejano,

guiado por el báculo

del destino marcado,

pero, allá, cuando llegue,

en la nueva estación,

sentada en el andén…

te esperaré.

 

LXXXI

El mar azul, 

cresposo y torbellino.

El mar en noche

 fría y azulada.

Frialdad del mar,

pureza de una casta, 

sosiego de una noche de verano.

Estoy en el mar,

en el puerto,

y mi alma está a la orilla

………,   y tu recuerdo.

 

LXXXII

Es el invierno

una pesada loza

sobre la que 

se aplastan mis días.

¿Podré resistir así

por mucho tiempo?

¡Toda la vida!

Añoró errante

y contemplo tu imagen

en tenebrosas falacias.

¿Podré resistir así

por mucho tiempo?

¡Toda la vida!

No sé si será toda la vida,

sólo sé que te amo

y te recuerdo

y que te espero aquí

toda la vida.

 

LXXXIII

Este sordo dolor

que por los matorrales

se deshace ante la noche

es mi espectro vacío.

Es vacuo, inútil, mezquino.

Es fruto de un horror

blando y furtivo.

Es un sufrir inmenso

que me ata

a la boca de un torrente

y me desgaja,

hoja a hoja,

en frágil viento,

para arrinconarme

inerte entre tormentos.

 

        

LXXXIV

Estoy aquí, yo,

mi soledad y el mar.

Ese mar inmenso,

¡tan grande!,

infinito e incierto.

Un mar de verano,

de aleteo, triste, profundo

y casi solitario

aunque vivo e inquieto.

Estoy aquí y  

contemplo en la orilla, 

 pregunto y sus olas responden.

El mar junto a mí,

él y yo. Los dos a solas.

 

LXXXV

Existo en la medida del mundo,

en la medida en que la niebla

diáfana trasluce la mañana

y emana y sueña y vive

y respira y exalta.

No vivo, yo,

aletargo y sueño en cielos.

 

    …………………….