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Desesperar: género y estructura
Publicada en 2003, Desesperar es la novela de la mirada perdida, ventana rota que da a algún vacío. (nota 1 ‘Ventana rota’).
La primera acepción en la RAE de ‘desesperar’ nos remite a ‘desesperanzar’ (quitar la esperanza, quedarse sin esperanza). ¿Qué mueve a la desesperanza a escribir o pontificar sobre ella misma sin una mínima brizna de esperanza? En principio, García Olivo no es creíble.
Entonces, ¿por qué escribe un texto sobre la desesperación? ¿Si todo es desesperar o desesperación, para qué escribir? ¿Cuál es entonces la razón de la escritura ya que no anuncia ninguna buena nueva, ni ayuda a nadie, ni contribuye con ella a un mundo mejor? Afirma en su nota 2 ‘Superficies desiertas’:
Estoy desesperado. Hasta el punto de iniciar de un modo tan huidizo un texto sobre la desesperación (…). Desesperar: haber dejado de aguardar… Dejar de esperar, y nada más.
Y en la nota 4 perfila esta definición:
Antes pensaba que una novela -una novela mía, por lo menos- debía partir siempre de una cuestión trascendente. Y que le incumbía desarrollarse de un modo riguroso. Ahora observo que mis trabajos, en verdad, comienzan de cualquier modo y concluyen cuando quieren. De la trascendencia les queda solo un regusto, un toque de empalago. Así que han dejado de valer la pena.
La respuesta, no obstante, no se nos ofrece ni en la nota 2, ni en la 4, ni en ninguna parte. ¿Qué voluntad puede mover a la desesperación a escribir sobre ella misma si no la anima una miaja de esperanza?
García Olivo puede ser considerado un «novelista atípico» o incluso un “mal novelista” debido a la desviación de las convenciones habituales que definen la novela. En contraposición a lo que generalmente se entiende de manera vaga como ‘novela’, es decir, una narración estructurada con una trama más o menos evidente y enraizada en una poética de corte realista, ‘Desesperar’ se distancia de esta norma. Filosofa, poetiza dicha filosofía y se sirve únicamente de la narración, o de múltiples narraciones porque hay muchas y dispersas, para su filosofía de frontal oposición a todo. En una nota posterior (nota 8: ‘Pocilga literaria’), cuando García Olivo aborda el tema de la literatura, lo hace empleando los siguientes términos:
No espero nada de la literatura -a ella tampoco le cabe esperar mucho de mí. Me considero inmune a toda esa engañifa de “la buena escritura”. La figura, clásica o moderna, del escritor de talento me parece odiosa (y, a la vez, cómica, con un deje de patetismo que forma casi parte de su gracia de bufón). Detesto el gran mundo corrompido de los autores de renombre casi tanto como el mundillo lastimero de los escritores en busca de prestigio. Me repele la idea de que pueda existir una crítica literaria que no mueva a risa y un mercado de la obra de arte que no atufe a pocilga. Sin embargo, ‘no’ escribo.
Su pretenciosa radicalidad trasciende la «descripción minuciosa y detallada de la realidad», lo cual hacen todos los autores de novela lírica o de filosofía rupturista, pero pretende ir más allá: ruptura total, sin paliativos, con cualquier germen de literatura:
«Cuando concebí este trabajo, se me representó como una cala respetuosa en un mundo reo de marginalidad, objeto del más olvidadizo desconocimiento. Sin idealizaciones. Sin prejuicios. A salvo de la exaltación romántica en igual medida que del despreciativo despotismo urbano (…) Y vuelvo a entregarme a un hablar de mí mismo que no debe interesar a casi nadie. De hecho, a mí no me interesa. No espero nada de esta obra. No es lícito anhelar algo de ella. Ni siquiera sirve para perder el tiempo.»
¿Cómo se puede renunciar a las palabras utilizando las mismas palabras? ¿Cómo no le interesa hablar de sí mismo si no ceja de hablar de sí mismo? ¿Cómo no esperar nada de la obra si la plasma por escrito?
Destaca un aspecto de vital importancia: el enfoque filosófico del mundo a través de la internalización de la experiencia, una visión integral y sin diluciones, donde no existe espacio ni margen para componendas. Esta es una actitud plenamente romántica, y cuando las palabras entran en contradicción con la actitud conviene siempre atender esta última, así en la literatura como en la vida.
En última instancia, «Desesperar» encarna una visión filosófica que pretende ser descorazonadamente absoluta. En ocasiones, he creído ver en esta obra una suerte de novela lírica, a la manera de Valle-Inclán, González-Ruano, Unamuno o Gabriel Miró, pero sería olvidar una poderosísima vertiente filosófica desengañada y en oposición al mundo. En esta oposición, en esta lucha perpetua de García Olivo encuentro su leitmotiv y razón de ser: una oposición al poder cualquiera que sea, vistiendo siempre los márgenes, la rebeldía.
La desarticulación narrativa, característica inconfundible de este género, alcanza su punto máximo en «Desesperar»: el texto se presenta en forma de notas de longitud irregular y con una organización interna sumamente cambiante; la trama argumental parece casi rechazar lo que comúnmente se entiende como trama; los recuerdos se entremezclan con sus ideas radicales, con su visión del mundo y la aparición de Basilio, eje cuasivertebrador de todo su discurso: el personaje real de Basilio va un paso más allá en la filosofía de la desesperación: es un matarife, sabe matar con absoluta desesperación y, pese a ello
«no descubre en el hombre las cualidades que atisba en el resto de animales, domésticos o salvajes (…) No conserva la menor esperanza en ese arreglar de una vez las averías de la especie humana. Debe su desesperación a la formidable enseñanza de la vida animal y a su propia experiencia de matarife desalmado». (nota 44).
El elemento central de la obra no se encuentra en Basilio, a pesar de ser el personaje principal, sino en la radicalidad del texto en sí, a la que aspira alcanzándola con mayor acierto que Fray Luis de León en su búsqueda de la vía unitiva con Dios.
Pese a las referencias de George Bataille, y fundamentalmente de Artaud y Nietzsche, referentes que admira, creo ver una obra de orientación centrípeta, es decir, vuelta hacia sí misma. Pero ello no suele suscitar en su escritura un discurso vacío, donde únicamente resuenan las voces internas y los ecos de una intimidad inquieta. Al contrario, si algo resalta de la escritura de García Olivo, aparte de su visión filosófica desencantada, es precisamente aquello que rechaza y le repugna: la literatura o, más concretamente, la fluidez literaria.
Los recuerdos del narrador se objetivan en cuartos cerrados, pocilgas literarias, ventanas rotas, superficies desiertas, pequeños ataúdes con ventanas, conventos o a su patio de ‘mierdas secas’.
Uno de los textos que mejor revelan la concomitancia entre la fluidez narrativa del libro y su motriz argumental, se encuentra al final de la nota 60:
Hemos esperado tanto del pensamiento, que ya no sabemos para qué sirve en realidad. Y ha sido tan profunda nuestra desilusión al descubrir la mezquindad de sus frutos que, separándolo de nuestras vidas efectivas, nos hemos convertido, todos, en mentirosos, hipócritas, horda de cínicos modernos. Si hubiera dejado en paz la esperanza al pensamiento, muy probablemente lo usaríamos como Basilio, para vivir cada día. Pero estamos envenenados de esperanza, perdidos de fe, enfermos de aguardar; la esperanza nos hace hombres “de nuestro tiempo”, parásitos y criminales…
Además, el texto revela una interconexión temática sumamente precisa. Aunque las 90 notas que componen la novela parezcan estar yuxtapuestas, no deben malinterpretarse como una falta de cohesión, ya que subyace una profunda unidad que sostiene la integridad sin fisuras de esta obra. Todo este entramado se basa en última instancia en una visión desencantada del mundo:
Solo la desesperación nos libera de la mentira interior; solo ella nos devuelve a la realidad árida, desnuda, casi cadáver, de una condición humana ajena al menor brillo y a la más nimia trascendencia. Instrumento de la liquidación sumaria de toda Quimera, podríamos definir la desesperación como un abrir los ojos sin cobardía ante el fantasma de lo que creemos que somos; un reconocimiento frío y sosegado de nuestra pequeñez de mugre, de nuestra insignificancia de ruido tenue en medio de una noche cualquiera, de nuestra impotencia de hojarasca mecida por los vientos más comunes.
‘Desesperar’ pretender erigirse, con cierta esperanza, como un evangelio de la desesperanza. Y la desesperanza, a salvo de toda engañifa en la teoría, lleva un germen de fiereza y de lucha en sus entrañas, aunque sea en el pozo más oscuro e invisible de sus trazos. En algunas ocasiones definí esta obra como un libro de antiayuda. Desea ser todo lo contrario a un canto de alegría y esperanza: aspira a la desnudez total, a arrancarse cualquier brizna de apariencia y falsedad, y para ello rechaza incluso las palabras y los conceptos como rémoras para llegar a ella:
Blindado contra las palabras (quizás la libertad no sea más que una palabra, al igual que la desesperación o la lucha), Basilio no padece tormentos como los míos. No experimenta la necesidad de situarse en el campo de tiro de un concepto, como nosotros. Yo, que quiero inscribirme en la órbita de la libertad, de la desesperación y de la lucha, que quiero incrustarme en cada uno de esos tres territorios, me desgarro. Basilio, que no busca la sombra de las palabras, vive tranquilo bajo el sol de la desesperación.
Bajo esta óptica, el autor guía su discurso hacia un abismo absoluto, hacia la negación y la deslegitimación de la realidad, apuntando al derrocamiento de todo valor establecido, especialmente aquellos que respaldan los cimientos de la apariencia, la literatura, la retribución laboral, la servidumbre, el capitalismo (valores personificados en el vendedor de piensos) y una variedad de engañifas, que para el autor, carecen de todo fundamento real. Muestras fehacientes de la apariencia y engaño de toda existencia robótica a la que García Olivo renuncia, con todo el desgarro que produce el abismo de la desesperanza.
Lo que comenzó como una ‘ventana rota’ (nota 1), amenazando a ‘punta de navaja’ los ojos que escrutan su lectura, sus páginas incitan a una honda reflexión sobre la nada y el vacío que son este mundo.
Hay una figura oscura que pretende «domesticarlo», aquella que pretende salvarlo de su camino de autodestrucción: la representante metafórica del evangelio de la esperanza, de la buena nueva, de la vida con instrucciones de uso:
Si rompía, si emprendía la fuga, era porque algo ponía en peligro dicha sensación. (…) Ella tenía razón: yo no hacía nada a derechas, y se diría que por capricho. Me reprochaba además que, seducido por la Desesperación, me internara tan alegremente por la senda “autodestructiva”, abominando de la enseñanza, de la investigación, de la literatura, de mí mismo… (…)
Voces y estilo
En «Desesperar», una voz resuena casi en exclusividad: la del escritor. De manera excepcional, se cuela otra voz: la de Basilio, acompañada por algunas voces menores. Este texto se despliega como un extenso monólogo en el cual el autor dialoga consigo mismo, dirigiéndose hacia diversos posibles receptores de sus palabras y haciéndonos partícipes de sus contradicciones internas. García Olivo se enfrenta a un espejo y no oculta sus conflictos y sus visiones fatalistas.
A pesar de sus críticas en contra de la literatura, o más precisamente, en contra de las «apariencias de la falsa literatura», ‘Desesperar’ ostenta una prosa fluida. La pluma de García Olivo ha logrado crear un flujo continuo e incansable que lleva su identidad propia, intransferible, otorgándole un matiz singular.
Resulta notable la estructura fragmentaria de la novela, con capítulos breves que encapsulan escenas autónomas, generando así una marcada sensación de ritmo intrínseco.
«Desesperar» pone en exhibición, de manera ejemplar y constante, muchas de las mejores cualidades que caracterizan la prosa garcíaoliviana. Brillante, intenso, maleable, vibrante, diverso y a veces profundo; este estilo ejerce un rol crucial en la consecución de la notable calidad que el libro ostenta. La organización en fragmentos breves, la ausencia de una trama en el sentido convencional del término, la orientación centrípeta e intransitiva y, especialmente, las ideas rupturistas y totémicas que lo sustentan confieren al estilo un papel de vital importancia. Pero en última instancia no es creíble.
Apunte final
Mi amigo catalán Marco Antonio Gordillo Rojas, catedrático de literatura española, leyó la reseña de El Espíritu de la fuga y compró, a raíz de ello, el libro de García Olivo. Al cabo de un mes, me escribió un email del cual reproduzco estas palabras literales:
«Cómo no agradecerte la lectura de El Espíritu de la fuga, ese juego de espejos de García Olivo en el que literatura y estilo, sensibilidad y sentido, pensamiento y convicción, se unen y, pese a las diferencias de opinión que uno pueda sentir que tiene con el autor, brindan una obra que cautiva y sacude. En la obra veo una calidad literaria de grandes dimensiones, más allá de la ideología e imbricada en ella. Además de ofrecer una antología de textos del mismo autor. Un regalo. Además la leí en comunicación con Los genios de Jaime Bayly, sobre los dos autores hispanoamericanos cuyas andanzas tenían ciertas asociaciones con los «latinos» de Budapest o las inquietudes sandinistas del narrador y autor (en este libro casi en coincidencia perfecta)».