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Alfa Lyrae (Vega). Relato de Alfonso Cost

Autor/a... Redacción BSN

A Ángel Olgoso.

 …todos esos momentos se perderán
en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Roy-Nexus 6 (Blade Runner)

Alhambra en Vega. Cuando ahora observo las imágenes pienso que todo ha obedecido al más perverso y monumental de los engaños imaginables.
Nada, ni tan siquiera el grotesco intento que urdió el denostado Juan de Flores a mediados del siglo XVI -quinientos cincuenta años atrás-, al perpetrar con minuciosa devoción sus libros plúmbeos, tiene que ver con la magnitud de la inmensa falsedad que nos ha desposeído de pasado convirtiendo nuestros siglos, milenios, eones y eones de ricos bagajes culturales testimoniados por incalculables vestigios arqueológicos, en apenas unos deslavazados jirones de memoria oscura y vergonzante.

Veo materializarse en mi receptor tridimensional de leds los desiguales soles de Vega, adormecidos, pesados y amarillos como grandes quesos suizos, proclamando su condición estelar sobre la esbeltez, antaño emblemática, de la recordada Torre de la Vela; a las tormentas meteóricas desatarse, envenenadas, entre las almenas de las murallas carmesíes que otrora lamieran, reverentes, las verdes aguas de aquel acuífero con ínfulas de gran río que los Iliberritanos llamaron Dauro. Más allá: la Catedral, comenzando a ser ceñida por las estrechas calles de piedra, La Madraza, Bib Rambla, y hasta los primeros cármenes que comienzan a reconstruirse en las laderas de este Albaizín reinterpretado que ahora se ahoga bajo la condena de un paisaje amarillo, hosco, demencial.

Nadie de este mundo puede olvidar aquel primer contacto que hizo tambalearse todos los conceptos primigenios que mantenían unida en una idea dogmática a la voluble raza humana. Nadie lo esperaba ya; y menos aún después de que los más respetados científicos negaran tal probabilidad una y mil veces. Pero sucedió.

Al principio, tras el primer contacto y atendiendo a las recomendaciones de nuestros gobernantes, se trató a aquellos seres trans-galácticos como a selectos turistas allá donde sus portentosos medios de transporte les llevaban -y en mucho, hay que reconocer, ayudó su perfecta correspondencia física con la de los infatigables viajeros nipones que durante años colonizaron, a su modo, los más insospechados rincones de la Tierra-. En cualquier lugar se veía a los visitantes de Vega sorprendidos, entusiasmados, deshechos en elogios ante un árbol melancólico en medio de un paisaje yermo, o paladeando sospechosamente apasionados, un vaso de la más corriente agua de grifo.
Todo parecía ir bien, sin embargo por las calles se palpaba cierto nerviosismo, un extraño temor ante lo nuevo, ante lo inesperado… pero esa desasosegante xenofobia que despertaban al cruzarse contigo, se aplacaba al instante con un gesto de su cara: amable parterre donde florecía, solo para tus ojos, una sonrisa luminosa, extradimensional, incuestionablemente humana, que sosegaba tu miedo y comenzaba a estimular una extraña dependencia que fue, a la postre, nuestra verdadera perdición.

Aprendieron rápido, puede… -y aquí quiero dejar bien claro que es una apreciación personal-, que por culpa de las afanosas agencias de viajes que espoleadas por la cruenta crisis de principio del s. XXI, hicieron suyo el negocio de mostrar a aquellos insaciables visitantes de las estrellas los más íntimos tesoros del planeta Tierra, y así no hubo lugar, páramo, cordillera, río u océano que no visitaran.

*

¿Y la Alhambra? Merfilphoto de José Manuel RosarioHa pasado tiempo desde aquello, y contemplando en mi pantalla la soberbia obra de estos insanos demiurgos, me digo que nos merecemos vivir en la entropía que supone la infame traición a nuestros antepasados, a nuestros padres, a nuestras madres, a nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos… Y lo que es infinitamente peor: ahora toca educar a las generaciones venideras sin poder explicarles que vendimos nuestra alma a unos fenicios, a unos mercaderes intergalácticos con aspecto y maneras de vendedores orientales de rosas tan amarillas como ellos.
Dicen nuestros gobernantes que hicimos bien al garantizar nuestro sustento, nuestro oxígeno, nuestra paz y nuestra comodidad, ofreciendo como pago: catedrales, palacios, templos, mausoleos… así como todas las extraordinarias manifestaciones artísticas de la Humanidad que terminaron macizando los abultados vientres de sus naves intergalácticas.

Los primeros en ceder fueron los estadounidenses con la excusa, ahora invalidada, de que si alguna vez fueron capaces de construir el Capitolio, el Chrysler Building o el Golden Gate, nada les impediría volver a levantarlos. Así consiguieron acceder a una tecnología aeroespacial que por otros medios habrían tardado diez siglos en desarrollar. Luego los rusos, a cambio de una considerable moderación de su clima desde Siberia hasta Biysk, dejaron que desmontasen piedra a piedra, cúpula a cúpula, las cuatro catedrales de su Plaza Roja.
Después siguió Italia y Alemania y Francia y…

De esa manera, poco a poco, la memoria más sólida, más tangible e incuestionable de la Humanidad fue desapareciendo del planeta a cambio de inimaginables prebendas y beneficios.

En España, como pago por todos nuestros tesoros culturales, hemos conseguido vivir en un domingo constante de fútbol y feria. Nos levantamos tarde, entretenemos nuestros días en fútiles pasatiempos, y por fin ya no hay diferencias entre clases sociales.
Parece que todo iba bien pero hoy hemos recibido por primera vez, las imágenes en directo de la completa recreación temática terrícola que nuestros «amigos» de Vega perpetran en
su galaxia lejana.
Se les ve felices y agradecidos, quizás porque ahora ya no tienen que superar los 25,3 años luz que los separan de la Tierra para extasiarse ante lo que fueron «nuestros más preciados tesoros». Ahora ellos tienen lo que buscaban: las pruebas testimoniales de una envidiable amalgama de civilizaciones milenarias, y cientos de historias usurpadas para contar a sus descendientes a la sombra de nuestras catedrales.

Nosotros, mientras tanto, cuando nos cruzamos por las calles y plazas desnudas de monumentos, nos sonreímos unos a otros como orientales, como educados vendedores de rosas amarillas, -aunque todos sabemos que las rosas amarillas también desaparecieron cuando se llevaron el último jardín de Alejandría-.

Miro por la ventana y se me antoja que el moroso sol que ha caldeado la Tierra durante eones, se escinde, se divide en dos orondos y fríos cuerpos celestes sobre el yermo cerro de la Sabika, tan desnudo ya sin su Alhambra.
Ha comenzado a llover sobre lo que un día fue Granada. Miro las imágenes en directo que llegan a mi monitor desde el otro lado del espacio sideral. En la esfera cada vez más azul de Alfa Lyrae, sus lunas se han fundido dando lugar a un astro único, magnífico, que alumbra aquel inmenso e inalcanzable parque temático terrícola poblado por millones de alfalyrenses pertrechados con camisas floreadas.
Busco la recreación de mi calle, de mi casa… Sí, no hay duda, las coordenadas son exactas. Al fondo, allí, sentado al borde de los días, alguien, tras lo que hace tiempo fue mi ventana, mira a la cámara y con un gesto que me resulta demasiado familiar, levanta mi copa en el aire y me sonríe.

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Ciencia Ficción | Alfonso Cost | Relato
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    Alfa Lyrae (Vega). Relato de Alfonso Cost
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