Edith Piaf "No me arrepiento de nada".
«No, no me arrepiento de nada».
Sobre la vida de Edith Piaf y sus desgraciados amores
Relato breve
Aquel ya lejano día en la oficina de mi amigo sonaba al llegar la inconfundible melodía de «Non, je ne regrette rien», una vieja canción de Edith Piaf, la cantante francesa de La vie en rose.
Me recordó que significaba "No, no me arrepiento de nada".
Y es que al parecer su vida no había sido de color de rosa, precisamente. Me preguntó:
—¿Conoces su vida?
—No. Cuéntamela —le dije yo—. No tengo prisa.
Y entonces me contó su inolvidable historia:
Edith Giovanna Gassion nació en París de una familia humilde de artistas: una cantante callejera y un acróbata de circo ambulante. Su madre la dio a luz en las frías navidades de 1915, bajo una farola camino del hospital, pues su padre no llegó a tiempo de acompañarla por estar celebrando anticipadamente su nacimiento en alguna taberna.
Por falta de recursos la abuela materna se hizo cargo de la niña, a la que alimentaba sustituyendo a veces la leche del biberón por vino, con la intención de depurar su organismo de microbios, lo que motivó que su padre decidiera llevarla con la otra abuela, que regentaba un prostíbulo, donde acabaría criándose como la muñequita de todas las prostitutas.
En su adolescencia acompañaría a su padre de circo en circo en diferentes números musicales, hasta que marchó este al ejército, y se tuvo que ganar la vida cantando la Marsellesa por las calles, la única canción que le enseñó su madre. Al finalizar la guerra volvería con él para cantar por los cafés de Pigalle las viejas canciones populares que le darían sus primeras satisfacciones, gracias a su talento y a su espléndida voz.
Edith maduraría prematuramente. A los dieciséis años se quedó embarazada del chico de los recados, y su única hija, a la que llamó Marcelle, moriría de meningitis a los dos años, hecho que marcaría toda su vida. Durante seis años se da a la bebida y vive una oscura depresión, hasta que se la encuentra por las aceras Louis Leplée, el dueño del gran cabaret Gerny´s, que decide contratarla. El avispado empresario la llamará Môme Piaf (Pequeño Gorrión), la formará y pulirá hasta convertirla en una estrella del Music Hall en una sola temporada, grabando en 1936 su primer disco con un éxito inmediato. Pero los éxitos se acabaron a los pocos meses, cuando apareció muerto su protector en su propio domicilio, recayendo en ella las sospechas del asesinato, lo que le supuso un gran descalabro en su carrera.
Edith Piaf vivió después años inciertos, pero sus cualidades innatas acabarían por hacerla triunfar. Su consagración definitiva llegaría tras la 2ª Guerra Mundial, cuando se convirtió en la musa de intelectuales y artistas, gracias a su amistad con personalidades de renombre como Marlenne Dietrich y Jean Cocteau. Con la alemana compartiría canciones, escenarios y una apasionada relación amorosa, únicamente concebible en ese París vanguardista de posguerra; mientras que al dramaturgo y cineasta francés le tendría siempre que agradecer abrirle las puertas de la escena, lo que le valdría la estimación y el aplauso incondicional del público. Desde entonces no dejaría de trabajar, triunfando en continuas giras por los grandes escenarios de Europa y América, destacando su espectacular éxito en 1950 en el Olimpia de París y poco después en el Carnegie Hall de Nueva York.
Edith Piaf, que llegó a estar tres décadas en candelero, se relacionó con las personalidades más relevantes de la época y fue una estrella admirada por todo el mundo, lo que le supuso manejar una gran fortuna que le sirvió para ayudar a muchos jóvenes cantantes al comienzo de su carrera musical. Lamentablemente su vida se vio lastrada por el estigma del alcohol, lo que no favoreció su desarrollo como actriz, pues era incapaz de memorizar los largos papeles de protagonista, aunque ella era de ese tipo de artistas que llenaba los escenarios con su sola presencia y poseía un don especial para la interpretación.
Desde el principio su carrera artística se vería influenciada por su vida sentimental, y viceversa. Tras su fulgurante lanzamiento y el escándalo con Leplée, en 1944 descubre cantando a Ives Montand, lo incorpora a su compañía y triunfan juntos de forma rotunda, haciéndose pública su relación y siendo catapultados ambos al estrellato, hasta que el galán francés decide emprender por separado su carrera como actor (igualmente con merecido éxito).
Después vivió una sonada historia de amor con un famoso boxeador llamado Marcel Cerdán que terminó con su desgraciada muerte al estrellarse su avión en 1949 junto a los restantes pasajeros, quedando ella hundida en una fuerte depresión que reavivó su adicción al alcohol, y que pronto degeneraría en cirrosis hepática.
En 1951 conoce al joven Charles Aznavour, al que contrata durante unos meses de secretario, chofer y confidente, y viven juntos una fulgurante relación profesional y sentimental, que les valdría a los dos para consolidarse entre los grandes cantantes del país. Aunque con los años volvería a unirlos la música, Edith Piaf se separó de Aznavour para vivir una breve pero intensa relación con el ciclista Louis Gerardin, de la que han dejado constancia las cincuenta y dos cartas recientemente subastadas en Christie´s, en la última de las cuales se despedía con toda naturalidad para casarse a las pocas semanas con Jacques Pills, otro personaje de la farándula, alegando tan solo que «es un hombre tierno, amable y atento». Y es que ella no necesitaba mucho para enamorarse. Por entonces su enfermedad se agravó provocándole tremendos dolores que solo conseguía paliar con morfina, a la que se volvería adicta, debiendo seguir un duro programa de desintoxicación que no favorecería en absoluto ni al matrimonio ni a su relación con su amiga Marlene. Su amor terminaría en divorcio a los cuatro años. Son de ella estas desencantadas palabras que no aclaró nunca a quién se referían: «En lo que a mí respecta, el amor significa lucha, grandes mentiras y un par de bofetadas en la cara».
En 1958 conoce a Georges Moustaki, un joven cantautor griego, diecinueve años más joven, y vive con él un idilio amoroso, encumbrándolo a la fama al hacer famosa su canción Milord, que él escribió para ella. Por desgracia ese mismo año sufrirían juntos un grave accidente automovilístico que la dejaría prostrada y en situación crítica su ya precaria salud.
Por fin en 1961, con 46 años, Edith Piaf conoce al joven peluquero Theophanis Lamboukas, otro Adonis de origen griego que también trataba de hacer sus pinitos en el mundo de la chanson française. Se encapricha del chico y se casa con él a los pocos meses. Por supuesto pronto se dijo que al joven Theo, veinte años menor, alto, guapo y con talento, no le debió costar conquistarla. Sin embargo se sabe que él la trató con admiración, respeto y cariño, confesando estar sinceramente enamorado de ella. Algunos dirán: «Claro, ¡qué iba a decir!». Y es que aquella dispar unión nunca fue vista con buenos ojos. Theo fue tildado de oportunista y acusado de haberse casado por interés, a pesar de vérseles siempre juntos y felices paseando por los parques o cantando a dúo las eternas canciones de su repertorio que él se sabía de memoria.
Ella, perdidamente enamorada, le daría el apelativo por el que sería recordado (le llamó Theo Sarapo, que significa «amor mío» en griego) y una gran popularidad; mientras él le entregó todo su afecto y dedicación, lo que debía satisfacerla con creces. Solo bastaba mirarla, tan pequeñita y risueña, como una niña cogida de su mano en todo momento.
Su historia de amor pareció terminar demasiado pronto el día 10 de octubre de 1963, a los dos años de su matrimonio, cuando ella fallece consumida por un cáncer de hígado. Su muerte supuso una gran conmoción en toda Francia. El pueblo francés sintió que con ella moría una romántica época, y quiso expresarlo en las calles. El joven viudo acapararía la atención de todos los medios al ser el único beneficiario de la herencia. La mayoría de los franceses le negaron la legitimidad de una fortuna lograda con escaso o nulo merecimiento, y criticaron el hecho de haberse convertido en un cantante popular y en un hombre rico en tan poco tiempo. Como consecuencia de todo lo cual se le hizo el vacío en la industria del espectáculo, se cancelaron todas sus actuaciones y no se le volvió a contratar, viéndose definitivamente concluida su carrera artística.
Al cabo del tiempo, tras siete años de silencio, se conoció la noticia de la muerte de Theo Sarapo, producida en accidente automovilístico. El hecho de encontrar el vehículo en el fondo de un gran precipicio sin ninguna huella de frenada en la carretera era la prueba de que fue provocado voluntariamente para quitarse la vida, lo que se vería corroborado al hallarse una breve nota en el cajón de su mesita de noche que decía: «Pour toi Edith, mon amour» (Para ti Edith, mi amor).
Al parecer Edith Piaf llevó un tren de vida a la altura de su fama y de su valía, aunque en su etapa final dejó de actuar casi por completo, lo que redujo radicalmente sus ingresos, resultando insuficientes para sufragar su licenciosa vida y cubrir los pagos de su larga enfermedad. Por lo tanto, lo que heredó Theo Sarapo en realidad fue una gran ruina económica que no quiso desvelar ni para salvar su propia reputación. Así que, como esposo responsable y heredero legítimo dedicó el resto de sus días a pagar una por una todas las deudas de su querida esposa, hasta que terminó de realizar el último pago y dejó limpio completamente su nombre. Y cuando lo hizo, agotado y sin ninguna ilusión para seguir adelante; se quitó la vida.
Actualmente los restos de ambos están enterrados en una tumba del cementerio de Père Lachaise en París, y es de las más visitadas, aunque no serán muchos los visitantes que conozcan la desgraciada historia de amor de aquel hombre ni la azarosa vida plagada de excesos de ella, de la que a pesar de todo —como decía su canción— no se arrepentiría de nada.
Juan José Gañán
13-11-2020
Vídeo
Categoría
Etiquetas
-
TítuloEdith Piaf "No me arrepiento de nada".