Vivimos tiempos donde proliferan instituciones que pretenden rellenar grandes oquedades que se descubren en la esencia del ser humano de esta época. Estas instituciones surgidas por doquier bajo el nombre de coaches, gurús de la autoayuda, influencers de tres al cuarto o simplemente oportunistas de mercadillo ambulante quienes, en la mayoría de los casos, se ofrecen en consejeros de lo ajeno sin desarrollo vital alguno, meditación trascendente, profundidad de pensamiento o siquiera la exposición de una experiencia extrapolable al resto basados en un proceso de estudio mínimo de análisis, tesis y síntesis necesario para ofrecer un marco contextual válido. Pero la osadía que impregna la sociedad hoy día, donde se confunden conceptos con preceptos y se divulgan sin ser disceptados como filtro natural a la que cualquier investigación científica habría sometido previamente, permite que se lancen mensajes al éter con la egonía de conseguir obtener un lucro que flota abstracto en el mercado de la paraciencia a golpe de reel en redes sociales.
Aquellos que se erigen en oráculos délficos de augurio imbatible y profetización omnisciente, son en realidad meros mineros que en un pervertidamente llamado emprendimiento explotan ese nicho de negocio convertido en una lucrativa fuente de ingresos cuya producción ha sido introducida, ya de manera consuetudinaria, como mercadería low cost y donde realmente nos encontramos ante un comercio del alma, los sentimientos y las culpas que, derivados de la destrucción y desaparición de principios y valores elementales de la conciencia del ser humano, han dejado profundas simas en la razón existencial humana.
No obsta reseñar que estas prácticas proliferan profusamente debido a que existe una alta demanda de ello, pero como no puede ser de otra manera, la libertad de decisión, elección y criterio deben prevalecer ante cualquier otra disquisición, aunque lo cual no quiere decir que aquello sea más o menos correcto o recomendable. Ante esta situación se debe apelar a la propia esencia de las personas, aquella que subyace tras la personalidad, es decir, la esencia de lo que somos en realidad una vez eliminadas todas las capas superfluas que nos disfrazan de lo que no somos. Estas capas son las llamadas modas, tendencias o la absurda consejería de las instituciones anteriormente citadas, pero esto lo comentaremos un poco más adelante.
Llegados a este punto es necesario afinar la puntería y entrar de lleno en las causas que han propiciado la aparición de esos grandes vacíos que paradójicamente llenan las mentes y los corazones de una sociedad desconocedora de sí misma, o dicho de otra manera, hemos de reclamar la apertura de la puerta del conocimiento de uno mismo. Tanto la deriva que conllevan las políticas aplicadas tras el inicio de este siglo XXI, como la natural tendencia de las sociedades avanzadas a la protesta per se, nos han conducido a avalar el ataque sistemático de los pilares que la sustentan, los cuales son directamente responsables del hallazgo de una prosperidad y una abundancia nunca antes vista o siquiera imaginada. Sin embargo aún estamos a tiempo de revertir la distopía hacia la que somos invariablemente dirigidos. Esto lo podemos lograr de forma iniciática mediante el ejercicio del análisis introspectivo, el conocimiento de uno mismo, la aceptación propia y el descarte de estereotipos. Con la mera implementación de estos conceptos se desvela la naturaleza de otra característica elemental de la conciencia humana que es el pensamiento crítico y que inmutablemente nos guiará paulatinamente a adentrarnos en la senda del conocimiento, devolviéndonos al punto inicial donde se cierra el círculo del verdadero desarrollo personal; y todo ello llevado a cabo desde una perspectiva individual habiendo minimizado toda perturbación del exterior.
Desde un punto de partida existencialista es desde donde se debe abordar el concepto filosófico que se halla en el título de este artículo - INMANENTE TRASCENDENCIA -; pero previamente se ha de introducir dicho concepto y la naturaleza de su significado. La palabra inmanente es un término utilizado en filosofía para definir lo que es inherente a su propia esencia, es decir, aquello que pertenece y define a uno mismo en su ámbito personalísimo, o dicho de otra forma, que se halla ligado intrínsecamente a un sujeto y que define su naturaleza primera sin influencia alguna. Por otro lado, trascendencia es un término más comúnmente utilizado por todos en diversos ámbitos de la expresión comunicativa dado en las relaciones con el entorno, pero que aplicados en el contexto que nos ocupa conviene también definir como la idea de las relaciones de alteridad donde el sujeto interactúa con agentes externos, es decir, aquella parte, ya sea por medio de sus ideas, actos u omisiones, en la que un sujeto genera algún tipo de influencia, consciente o inconscientemente, con otros sujetos distintos a él mismo y relacionados con su esfera externa.
Estos dos conceptos traen a colación lo expuesto anteriormente quedando vinculados tanto al conocimiento de uno mismo como a la forma de llevar a cabo las interrelaciones con el mundo exterior y poniendo de manifiesto aspectos fundamentales de la naturaleza humana como son la dualidad y sus contradicciones. Estas dos características del género humano hacen que ese camino hacia la investigación intrínseca sea largo, complicado y no exento de altibajos que en muchas ocasiones finalicen con el abandono de esa búsqueda esencial o incluso en el abandono total. Es por esto, y como consecuencia de una sociedad hiperprotectora que presenta en bandeja de plata afecciones como el abandono a la simpleza o la entrega a la comodidad de aquello que se consigna sin esfuerzo como paradigmas existenciales de las nuevas generaciones, lo que lleva a que el camino del conocimiento individual sólo sea iniciado por unos pocos. Debido a ello queda afectada la forma en que la esencia de las personas se relaciona con el mundo exterior, convirtiéndolas en receptoras de incesantes injerencias, inferencias o mensajes que le llevan a ser, comportarse, pensar, actuar, hablar o incluso amar como otros les ordenan mediante la explotación de la tendencia, en vez de ser ellos mismos los auténticos y originales emisores de sus propias acciones u omisiones. Esto lleva a la destrucción de la autenticidad y de la libertad convirtiendo a las masas en tácitos productos colectivizados por el marketing y una publicidad aplastantes.
Estos dos conceptos - inmanente trascendencia -, utilizados juntos expresan también una dualidad interpretativa, queda el lector advertido de su complejidad debido al alto nivel de abstracción de la combinación de estos términos y que ya han sido explicados en relación a la persona. De una parte, pudiera ser la búsqueda de una solución empírica donde, en su relación con el mundo, el individuo puede desvelar una conexión con una realidad superior, y de otra, se puede entender cómo algo que pertenezca al mundo sea capaz de alcanzar una dimensión que trascienda a su propia naturaleza. En cualquiera de los casos, independientemente de como se enfoque el concepto y habiéndolo implementado en la vida, se habrán comenzado a dar los primeros pasos en la senda del hallazgo propio, la búsqueda de la autenticidad y de aquello que nos hace libres como individuos intelectuales.
Finalmente, y como constatación de que el concepto de inmanente trascendencia es inherente a la naturaleza del ser humano, no puedo dejar de subrayar que en los reflejos deslumbrantes de estos términos subyace el secreto para iniciar aquel camino que nos conduce al conocimiento de uno mismo, el cual nos guía inexorablemente hacia la conquista de la idea de libertad como premisa absoluta de la existencia humana y que una vez abrazada no puede ser coartada, cohibida, conculcada o prohibida por nada ni por nadie ya que las ideas son inmortales, inviolables y no pueden ser encarceladas.



