Es evidente que la asimilación de la realidad, de lo que acaece socialmente, es distinta para cada ser por cuanto cada uno tenemos, no sólo sentimientos y emociones variadas sino que también confluyen o se suman características como son posición social, microcosmos vivencial.., e incluso, por ejemplo, la población de residencia, asumiendo por ello costumbres, tradiciones o rutinas que varían en función a su vez de arraigo o desapego entre otros innumerables factores.
Si a ello unimos la sensibilidad propia de cada individuo, podemos desgranar la diferenciación dentro de un mismo estilo artístico más allá de que se nos antoje como común o generalizador.
Éste es el caso del expresionismo presentado en la obra de Pepe Mingol por cuanto en el mismo se produce o inocula una variación que le hace retraer o apartarse de forma clara y en la mayoría de casos (que no en todos), del carácter general de desazón y soledad muy común en este estilo, encaminando su quehacer hacía un cambio de realidad que provoque positivismo o exaltación del sentimiento empírico como baluarte o vía a seguir.
Lo acaecido y su proyección se nos muestran como sentimiento de una verdad transformada mediante la fuerza de un trazo en contexto vigoroso a la vez que sutil y vital, cuyo fin no es otro que el de potenciar el impacto visual y por tanto, el emocional, provocando en el contemplador una subjetividad sincera, otra forma de asimilar lo acontecido, de procesar la belleza de lo que nos rodea.
Hay que señalar que toda la temática no gira en torno a lo alegre del mundo que nos rodea, ya que, el autor es persona y por ello un ser al que afectan hechos de toda índole, los cuales procesa y plasma según sentimiento del momento.
Con claro gusto por el retrato, no sólo de personas sino yo diría también que de un retrato de espacios que para él se tornan en singulares, expresando naturaleza y ser, conformando un todo con lo natural dentro de la sumisión a una pintura rápida repleta de vitalidad y logrado movimiento sin mayor pretensión que la de capturar el instante, dándole valor de permanencia en el tiempo a modo costumbrista.
Sabor a sosiego, a reposo y conciliación con el entorno es lo que nos transmite, dotando a cada lienzo de un atractivo singular, de un peculiar gusto por hacer que la figura o mensaje central se convierta en protagonista de la información presentada, pasando el fondo a un segundo o tercer plano dentro de la transmisión o concepto a hacer llegar al espectador.
Sensualidad elegante en paisajes y representaciones de lo natural, contundencia en el retrato como base de semejanza vital, gusto por alejarse del adorno estético para mayor realce de lo plasmado. Pintor de fundamento, de lo esencial que supone marcar su propia realidad.
Francisco Arroyo Ceballos
De la Asoc. Internacional de Críticos de Arte AICA