Miedo por J.M. Orozco
Un golpe suena fuerte en la ventana, fuera, donde todo es oscuridad. Has desviado tu atención varias veces hacia la vidriera. ¿Es la tercera, o la cuarta vez que lo escuchas? Intentas convencerte a ti mismo de que allí fuera no hay nada ni nadie, que solo es el viento golpeando esa deteriorada cristalera de tu antigua y fría casa de dos plantas en esta lluviosa noche de invierno.
Ignorando el suceso, vuelves a cobijarte en el calor de la chimenea, intentando caer absorto en las palabras del libro que tienes entre las manos, pero en el fondo, sabes que ya te he cautivado, intuyes que ya estoy ahí.
Una vez más, la ventana emite un golpe seco y fuerte. Esta vez no lo has imaginado, lo has oído de forma clara. No quieres acercarte, pues temes que sea yo el que te atrae hacia la oscuridad que deseas evitar. Ya es tarde, estas con tu bata en el exterior, buscándome por todos lados, sin embargo, solo encuentras soledad.
Me llamas, pero no contesto, lo que te hace pensar que estoy cada vez más cerca, quizás, en el interior de la casa, aunque no puedes saberlo, dejaré crecer en ti esa duda, que te vaya infectando poco a poco para mi deleite.
Vuelves al interior de la casa, con esa sensación de tener mis ojos clavados en ti, y así es, te observo desde cualquier esquina, estoy en todas y ninguna parte. Noto como late tu acelerado corazón, inquieto, alimentando una angustia que yo conozco muy bien.
Cierras la puerta y te diriges de nuevo al sofá, no sin antes echar los cerrojos y asegurarte de que las ventanas están bien cerradas y las persianas bajadas. Estás solo, no tienes nada que temer.
Calientas tus manos y regresas a la lectura, cada vez se te hace más difícil sumergirte en ella. Es mi presencia, no te deja tranquilo, sientes que te vigilo. Sí, ya puedes sentirme de nuevo, mi respiración sopla en tu nuca, tras de ti.
Intranquilo cierras el libro de golpe y miras nervioso, buscándome por el salón, pero no estoy allí, estás solo, no tienes nada que temer.
¿Lo has oído? Algo de cristal parece haber caído en algún lugar de la casa rompiéndose en mil pedazos. Que oportuno ¿verdad? Tenía que pasar, justo hoy, en esta noche, en este momento, cuando yo estoy en casa, y como no podría ser de otra manera, el ruido proviene de la habitación al fondo del pasillo, la más profunda de la vivienda.
Te levantas, caminas despacio, tan despacio que parece que tus pies sean de plomo y estiras el cuello como si esperaras que de un momento a otro saltara sobre ti para acabar contigo en cuanto llegues al corredor. Te equivocas, aún nos queda noche por delante. Intentas pensar que todo está en orden, no va a pasar nada, pero… ¿Estás seguro?
La luz se desvanece cuando te encuentras bajo el umbral del pasillo. ¿Ha sido el temporal de fuera, o yo?
Igual que un ratón asustado pasas como una exhalación, dejando atrás las habitaciones, creyendo que eso te salvara de mí, pero a cada zancada que das te enredas aún más en mi telaraña.
Abres dudoso la puerta del fondo a la que tanto te ha costado llegar, iluminándote tan solo con ese pobre mechero que guardas siempre en tus pantalones. Te paras, cuentas hasta diez y te decides a entrar.
¿Has visto eso? Sí, era una sombra, se ha movido tras la cortina de la ducha. Tu corazón se desboca, la garganta se seca y se te eriza todo el vello del cuerpo mientras estiras tu mano y retiras la cortina… Ha sido una corriente nada más, o ¿acaso esperabas otra cosa? No estoy ahí, allí solo habitáis tú y tu imaginación, al menos es lo que te gustaría creer ¿verdad?
Sales cerrando la puerta, parece una tontería, pero ese acto hace que te sientas a salvo de mí. Estás solo, no tienes nada que temer.
Un poco más sereno decides apagar el fuego y subir para acostarte, has revisado todas las estancias, sin encontrarme, pero sigo aquí escondido, esperando el momento.
La casa se ha convertido en un agujero frío y oscuro. ¿Lo has visto? Sí, es alguien que acaba de pasar frente a tu puerta, no quieres salir a mirar, pero sabes que vas a volver a hacerlo, como ocurrió minutos atrás ¿para qué demorarlo? Solo asomas tu cabecita y lo que descubres es… un porche tranquilo, envuelto en un silencio atronador e incómodo, son tus nervios a flor de piel el causante. Estás solo, no tienes nada que temer.
Unos pasos provenientes del piso de arriba hacen que casi se te salga el corazón por la boca. Es más, de lo que puedes soportar, y notas como tu oído se “abre”, poniéndose alerta, esperando ese último ruido que hará que tus nervios se vengan abajo. Aguardas un rato, es tarde, deberías subir ya para acostarte, aguantas un poco más… Respiras hondo. Todo está bien, no hay ruidos, no hay fantasmas, ni sombras; solo tú… y yo.
Palpando en la oscuridad, subes la escalera tan rápido como puedes, tras de ti, queda una casa en tinieblas que te observa, al igual que yo, amenazantes, escondidos en las sombras, disfrutando del momento, ya falta poco, pronto pasara todo, es lo que quieres ¿no? terminar.
Te adentras en tu habitación cerrando la puerta de un golpe y saltas sobre la cama para cubrirte la cabeza con las mantas, tiemblas mientras un escalofrío te recorre la espalda, aprietas los ojos tanto que te duelen, y así permaneces hasta que estás a punto de dormirte.
Ha llegado el momento, el instante preciso que he estado esperando. Te tengo justo donde yo te quería, temblando, echo un ovillo. Me he alimentado de ti lo suficiente y ya es hora de culminar lo que he venido a hacer.
En mitad de la oscuridad que deseas que acabe, un golpe seco dentro de la habitación te saca de tu estado, aprietas los puños, encogiéndote más, si es que eso es posible, sobre ti mismo, mientras yo estoy casi encima de ti, dispuesto a engullirte.
No quieres mirar, pero yo sé que tu curiosidad es más fuerte. Te destapas para darte cuenta de que no estás solo en medio de la oscuridad, ahí, frente a ti, a los pies de tu cama estoy yo, alargando mis siniestras garras hacia ti.
Unos sudores fríos te invaden, sientes que no puedes mover ni un músculo del cuerpo, solo tus angustiados ojos, que me miran abiertos como platos mientras me abalanzo sobre ti.
Intentas gritar, pero es en vano, la voz no te sale, yo la he enmudecido. Tus extremidades no responden, yo las he paralizado. Solo puedes ver con desesperación como acabo contigo sin que tengas oportunidad de hacer nada por evitarlo.
No sabes lo que lo disfruto, el placer que siento al verte así, completamente sumiso ante mi presencia. Me deleito de cada segundo, de cada instante en el que admiro tu rostro lleno de desesperanza y amargura.
Puedo sentir el latir de tu acelerado corazón, a punto de salirse del pecho, este es mi momento, mi espacio, mi clímax.
Pero todo juego tiene sus normas y con los primeros rayos de sol, la parálisis del sueño desaparece, vuelves a tener el control y yo, me retiro a las sombras que se desvanecen al comienzo de un nuevo día.
Te has despertado de mi embrujo, ahora puedes dormir un poco, descansar tu cuerpo y mente atormentada por una noche larga, pero recuerda algo… mientras tú existas yo viviré. Donde tú estés yo estaré, esperando el momento, aguardando para atraparte. Yo soy tu miedo y siempre habitaré en tu interior. Ahora duerme si puedes. Estás solo, no tienes nada que temer.
J.M. Orozco
-
TítuloMiedo por J.M. Orozco