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La aventura del tango: El otro renovador

Eduardo Oscar Rovira –nacido en Lanús, Buenos Aires, el 30 de abril de 1925- murió de un infarto cuando iba a entrar a su casa, entonces en La Plata, el 29 de julio de 1980; tenía cincuenta y cinco años, había sido uno de los más grandes renovadores del tango junto a Piazzolla y, sin embargo, lo afectaba una profunda depresión porque sentía destruida su cruzada.

Poco antes, en un reportaje, sentenció: -Ha sido muy difícil para mí. Yo creo que el tango es una vivencia, algo que representa la manera de vivir y sentir de cada uno. A mí me interesó siempre llegar a la esencia del tango, a sus enlaces armónicos, a la variación de los ritmos, al desarrollo de las frases”.

Rovira, bandoneonista, director y compositor, a juicio de los entendidos más respetables se despegó del modelo convencional: un músico con excelente formación, que creó más de cien tangos y decenas de obras de cámara. A fin de aclarar posibles malentendidos conviene aclarar que Rovira y Piazzolla fueron muy distintos, nunca se influyeron entre sí, pese al respeto que se profesaban, y transitaron por caminos diferentes.

Quizás se explique con ciertas precisiones que hizo la profesora Nélida Rouchetto, más allá de cierta complejidad técnica que puede dificultar la comprensión de algún lector no iniciado: -Él aplicó una constante en sus tratamientos musicales, que eran complejos, con superposiciones rítmicas tonales y atonales. Introdujo por primera vez en el género la combinación muy estructurada de los sonidos dodecafónicos. En su trabajo los contratiempos no existen, a diferencia de Piazzolla. En Rovira tiene una especialísima significación el efecto del contrapunto en todos sus matices.

Eduardo Rovira admiró sin condiciones a Julio De Caro, a Orlando Goñi y a Alfredo Gobbi (h), “el violín romántico del tango”, en cuyo homenaje compuso dos memorables obras: El enggobiao y A don Alfredo Gobbi.

Abrevó en el trabajo de esos grandes hombres de la música ciudadana y comenzó de abajo, sin pretensiones protagónicas, como bandoneonista y arreglador de orquestas que lo iban contratando: a comienzos de 1940 con Francisco Alessio, después con Vicente Fiorentino y finalmente, en este breve ciclo, con Antonio Rodio. Luego participó de la legendaria y efímera orquesta de su admirado amigo Orlando Goñi y más tarde integró las agrupaciones de Miguel Caló y Osmar Maderna.

En 1949 formó su primera orquesta para acompañar al cantor Alberto Castillo, que había iniciado su carrera solista; fue una experiencia que duró poco. Tras un breve pasaje con Roberto Caló, rearmó su grupo para un ciclo de actuaciones muy exitosas en radio Splendid. Paralelamente –porque a sumar actividad y dinero los tangueros no se negaban- trabajó con José Basso y el mismísimo Alfredo Gobbi.

Durante el año 1957 se produjo en su vida artística una suerte de paradoja, nunca bien explicada: creó otra orquesta con el cantor Alfredo del Río para hacer tango tradicional y bailable, como si hubiese renegado de sus convicciones. Ocurrió lo previsible: Rovira no aguantó y se produjo la separación; al cabo, formó otra agrupación con los cantores Alberto “Chino” Hidalgo y José Berón, hermano de Elba y Raúl, también de escasa duración. Enseguida recreó su línea estilística con el pianista Osvaldo Manzi, primero con una orquesta y al poco tiempo con un trío que completó el violinista Reynaldo Nichele.

Hasta que llegó el momento de las “vacas flacas”: tras una experiencia con otro trío (acompañado por Nichele y Atilio Stampone), tomó la decisión de jugarse por su concepto renovador y fundó la Agrupación de Tango Moderno. Transcurrido un tiempo prudencial, sombreada su trayectoria por falta de repercusión popular y convocatorias,

Se mudó a La Plata y allí terminó sus días. Casi olvidado, trabajó hasta su muerte haciendo arreglos para la Banda Policial de la Provincia. Su herencia fueron –entre muchos más- tangos como A don Alfredo Gobbi, El enggobiado, A Evaristo Carriego, Sónico (en el que comenzó a usar la distorsión eléctrica del sonido del bandoneón), A don Pedro Santillán, Azul y yo, Febril, Majo Maju, Bandomanía, El violín de mi ciudad, Milonga para Mabel y Peluca, Opus 16, Pájaro del alma, Taplala, Preludio de la guitarra abandonada, Tango en tres, Que lo paren, Sanateando, Tango para Charrúa

Impresionante legado.

-Me costó aceptarlo, pero lo que yo quería no “pegaba”. Quería un tango de la cintura para arriba, un tango para escucharlo y no para bailarlo.   

Antonio Pippo Pedregosa