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Alfonso Goizueta, sentado, con su libro en la mano, en la sala de un museo.
Alfonso Goizueta
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Alfonso Goizueta: el joven novelista, finalista del Premio Planeta 2023 que excava en las ruinas del alma

Tras el éxito de La sangre del padre, Alfonso se consolida como una de las voces jóvenes más prometedoras de la narrativa española. Con apenas 26 años, el escritor presenta El sueño de Troya, una novela ambientada en el siglo XIX que explora la frontera entre mito y realidad, el poder del relato y la búsqueda interior que todos emprendemos a lo largo de la vida.

¿En qué etapa profesional dirías que te encuentras actualmente?

Me encuentro en una etapa muy bonita, tras haber publicado mi segunda novela y dedicarme a la escritura a tiempo completo. Lo vivo con mucha ilusión, pensando en todas las historias que aún me quedan por contar.

¿Recuerdas el momento exacto en el que supiste que querías escribir El sueño de Troya?

Sí, hubo un momento muy claro. Fue una Nochebuena: la idea me vino de repente, en mitad de la noche. Me desperté, me senté a escribir y ahí nació todo. Fue ese instante de inspiración un poco mágico, cuando dos ideas se conectan en tu cabeza. Claro que luego hacen falta dos años de trabajo para dar forma a ese segundo de chispa.

¿Sientes que, al igual que tu protagonista, tú también has perseguido tu propia “Troya interior” mientras escribías?

Totalmente. Y espero que los lectores, cuando terminen el libro, también se pregunten por la Troya que llevan dentro, por esas ruinas que todos buscamos. La novela trata de arqueólogos que buscan las ruinas de una ciudad, pero esas ruinas representan algo más: el sentido de la vida, el propósito que cada uno persigue. Para mí, escribir este libro ha sido también mi propio viaje interior.

El protagonista derriba el muro entre mito y realidad. ¿Dónde sitúas tú ese límite como novelista?

En El sueño de Troya ese límite está muy difuminado. Es la novela de una gran mentira. En la historia de Sliman, el protagonista, es difícil saber dónde termina la verdad y dónde comienzan las mentiras que él mismo se cuenta. La novela juega deliberadamente con esa ambigüedad, de modo que el lector también caiga en el engaño que Sliman impuso al mundo.

¿Crees que la literatura cumple una función similar a la arqueología, en el sentido de excavar para descubrir lo que somos?

Sí, aunque lo hace a través de la ficción. Me gusta una frase de Vargas Llosa: “Las ficciones son mentiras que ayudan a descubrir la verdad”. En esta novela quería explorar justamente eso: la historia de un hombre que engañó al mundo con sus descubrimientos arqueológicos, pero cuya mentira revela una gran verdad humana —la búsqueda obsesiva de un propósito.

Entre los personajes, ¿hay alguno al que le tengas especial cariño?

Me gusta mucho Sofía. Representa a esas mujeres silenciadas por sus maridos, que podrían haber tenido un momento de gloria pero quedaron relegadas por las circunstancias sociales y culturales de su tiempo. Sofía sufre ese oscurantismo, vive en la ficción que su marido le impone.

¿Y cómo ves a Sliman? ¿Más como un héroe o como un fanático?

Ambas cosas. ¿Acaso hay un héroe que no sea también un fanático? ¿O un genio que no roce la locura? Sliman encarna ese doble filo del genio: la inteligencia y la perseverancia, pero también el precio enorme que paga —la locura, la destrucción de quienes le rodean y su propia perdición.

En la novela hay ecos de Alejandro Magno. ¿Te gustaría explorar a otro personaje histórico en el futuro?

No lo sé. Los personajes te encuentran a ti, más que al revés. No es algo racional. De pronto estás leyendo sobre una época o una figura y descubres una historia enterrada. Es como si esa historia viniera a buscarte.

¿Crees que todos llevamos una ciudad perdida dentro, que vamos descubriendo poco a poco?

Sí, dependiendo de lo que signifique esa ciudad perdida. Para mí son nuestras obsesiones, nuestro inconsciente, nuestras preguntas sobre quiénes somos. La metáfora de la ciudad perdida funciona muy bien para hablar de eso: la búsqueda interior de cada persona.

¿Qué aprendiste de tu anterior novela, La sangre del padre, que aplicaste en El sueño de Troya?

Más que una técnica concreta, lo que aprendí fue el oficio. La sangre del padre fue una novela extensa, muy ardua, y a veces el final parecía inalcanzable. Aprendí a tener paciencia, a mantenerme firme cuando la historia se atascaba. Ese coraje y perseverancia son el verdadero aprendizaje que me llevo a cada nuevo proyecto.

¿Cómo llevas la expectativa? A tus 26 años ya eres una de las voces más prometedoras de la literatura española.

Siempre hay miedos e inseguridades, claro. Pero lo importante es no dejarse llevar por fantasías, ni de éxito ni de fracaso. Ni pensar que todo lo que hagas va a vender muchísimo, ni que lo anterior fue un golpe de suerte. Hay que recordar siempre por qué escribes: por la necesidad de contar historias. Si te obsesionas con las ventas o el éxito, pierdes el sentido de lo que haces.

¿Qué lectura más amplia haces del libro? ¿Qué dice sobre Europa u Occidente hoy?

Creo que reflexiona sobre la búsqueda de la identidad. Los personajes buscan en las ruinas del pasado algo que los conecte con la antigüedad, como si esa conexión pudiera resarcir a las naciones modernas. También aborda la idea del relato: cómo ciertos personajes construyen narrativas eficaces que, aunque sean falsas, acaban imponiéndose como verdades oficiales. Es una reflexión sobre el poder del relato y cómo puede moldear la realidad.

¿Por qué recomendarías leer El sueño de Troya?

Porque es, ante todo, una buena aventura. Una novela ambientada en el fascinante siglo XIX de los arqueólogos, que se puede leer con placer desde las primeras páginas. Pero también es una obra con varias capas: una historia entretenida, sí, pero que invita a una segunda lectura más profunda sobre los significados y símbolos que contiene. A mí me gustan los libros que divierten y hacen pensar al mismo tiempo.

Como historiador y novelista, ¿qué parte de ti domina cuando escribes?

Sin duda el novelista. El historiador cada vez queda más atrás. El historiador busca la objetividad, no puede empatizar con los personajes ni emitir juicios, porque eso sería un mal ejercicio académico. En cambio, el novelista trabaja con emociones humanas, y disfruto mucho más de esa libertad creativa.

Si algún día un lector encontrara tus “ruinas literarias”, ¿qué te gustaría que descubriera en ellas?

Eso se lo dejo al lector. Que sea él quien las interprete y descubra lo que quiera en mis ruinas.

¿Qué tienes preparado para los próximos meses?

Me espera una intensa promoción de El sueño de Troya. Quiero que el libro llegue a cuantos más lectores sea posible. Siempre hay ideas revoloteando y un cuaderno lleno de anotaciones, pero aún no tengo la soledad necesaria para sentarme a escribir algo nuevo. Hay que pasar por un periodo de barbecho antes de empezar la siguiente aventura.



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