REVISTA CULTURAL BLANCO SOBRE NEGRO


                                                                            

 

La autora Lola Guilas muestra su libro
Aprender a Volar con las Alas Rotas. Lola Guilas.
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Lola Gulias: aprender, reconstruirse y volar aunque duelan las alas

A los 57 años, Lola Gulias ha decidido cambiar de lado: después de una vida dedicada al mundo editorial, la editora barcelonesa da el salto a la escritura con Aprender a volar con las alas rotas, su primera novela. En ella, cuatro mujeres se encuentran en La Colombaia, una librería-café que se convierte en refugio, en espejo y en punto de partida para volver a empezar. Con una mirada luminosa y profundamente humana, Gulias aborda temas como la amistad, la salud mental, el duelo y la madurez femenina, reivindicando una etapa vital a menudo silenciada en la ficción. Su historia, cargada de ternura y esperanza, nos recuerda que siempre hay horizontes por descubrir y que, incluso cuando la vida nos rompe las alas, todavía podemos aprender a volar.

Bueno, para empezar, ¿qué tal estás? ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo estás llevando toda la promoción de este libro?

Muy bien, la verdad. Con mucha expectativa, porque de alguna manera este camino es muy nuevo para mí. También con mucha curiosidad, porque estar al otro lado es algo diferente, muy distinto, la verdad.

El título es muy potente y también poético. ¿Recuerdas algún momento o imagen que te llevó a escribir “Aprender a volar con las alas rotas”?

Pues sí. En la novela hay muchos pájaros, porque me encantan. Me parecen animales muy interesantes y simbólicamente muy atractivos. Sentía que los personajes eran mujeres con mucho vuelo por delante, pero con las alas rotas.

Además, la palabra “aprender” es muy mía; siempre digo que lo que más me gusta en el mundo es aprender cosas. Me pareció que reunía todo lo que para mí es importante: el aprendizaje como símbolo de no rendirse, de seguir adelante aunque tengas las alas rotas. Y también el reconocimiento de que la vida a veces nos rompe, pero aun así seguimos. Era una conjunción de todo eso: los pájaros, el aprendizaje y la resiliencia.

En la novela hay una sensación de segunda oportunidad y reconstrucción. ¿Para ti también ha sido una manera de reconstruirte personal o profesionalmente al escribirla?

Siempre me ha gustado escribir. Desde muy joven era algo que me encantaba. Mi padre siempre me decía que tenía que ser escritora. Estudié Comunicación Audiovisual, así que de algún modo ya tenía claro que el mundo de las letras me apasionaba. Pero la vida me llevó primero a una librería, luego a una agencia literaria y después al mundo editorial.
 Hace unos tres o cuatro años, por fin me di el permiso de escribir. Pensaba: “¿Cómo me voy a atrever, después de tantos años rodeada de escritores maravillosos?”. Sentía mucho síndrome de la impostora. Pero un día me dije: “Lola, basta de excusas, hazlo”.

 Y ha sido un reto maravilloso, porque he aprendido muchísimo estando al otro lado. Me he dado cuenta de que escribir no es tan fácil como parecía desde la perspectiva editorial. Y sí, a mis 57 años he pasado por muchas experiencias vitales y momentos de reconstrucción personal. Como mis personajes, también he aprendido a volar con las alas rotas.

¿Cuál fue la primera de las cuatro mujeres que nació en tu cabeza y cuál fue la más difícil de escribir?

Quizás la más difícil fue Silvana, porque es la que está más alejada de mi mundo. Las otras tres tienen más que ver conmigo, aunque tampoco son yo. En un principio quería escribir una historia sobre una sola mujer, pero me di cuenta de que no sería creíble que a una sola persona le pasaran tantas cosas. Por eso nacieron las cuatro.


 Diría que las más difíciles fueron Elsa y Silvana: Silvana, por ser tan distinta a mí, y Elsa porque arrastra un drama muy grande que, afortunadamente, no he vivido. Ponerme en su piel fue complicado. Las otras dos también tienen sus conflictos, pero me resultaban más cercanas.

“La Colombaia” no es solo una librería, también es un personaje más. ¿Cómo surgió la idea de este espacio y qué simboliza para ti?

Siempre he sentido que los libros me han salvado de muchas penas. Soy lectora desde muy pequeña; las librerías y bibliotecas siempre han sido lugares mágicos para mí.
 Además, mi familia viene del mundo de la hostelería, y las cafeterías también me parecen sitios maravillosos: lugares de encuentro, de conversación, de calor humano. Me gusta mucho todo lo que rodea al acto de reunirse alrededor de una mesa.


 Por eso se me ocurrió crear una librería-café, un espacio que reuniera las cosas más importantes para mí: los libros, la comunicación entre personas, la comida y las relaciones humanas. El nombre La Colombaia lo tomé de la casa que tenía Luchino Visconti en Isquia. Me parecía un nombre precioso y sonoro, así que inventé una historia para justificar que la librería se llamara así.

¿Crees que las librerías-cafeterías siguen siendo esos templos donde la gente puede sanar o reinventarse?

Sí, absolutamente. Aunque lo digital domina mucho, aún hay librerías que son verdaderos puntos de encuentro. Si logras crear un ambiente cálido, donde la gente se sienta bienvenida, la magia sucede.
 En Barcelona todavía no hay una librería exactamente como La Colombaia, pero sí algunas con cafetería, y siempre están llenas. Creo que, después del auge de las redes sociales, las personas tenemos ganas de volver a encontrarnos cara a cara.

Tus protagonistas rondan la cincuentena, una edad poco representada en la ficción femenina. ¿Querías romper ese silencio?

Sí. Yo soy una mujer madura y me interesa leer historias de personas de mi edad. Es difícil encontrarlas, aunque poco a poco van apareciendo más series y películas con personajes adultos. Las personas maduras también nos enamoramos, soñamos y tenemos conflictos. Además, el gran grupo lector de este país son mujeres mayores de 45 años. Pensé: “Seguro que hay muchas como yo, que quieren leer sobre mujeres de su edad”.

Parece que todo se acaba cuando cumples 50, pero es justo al revés. En mi caso, a partir de los 50 es cuando mejor me lo he pasado y más cosas he hecho. Quería transmitir ese mensaje: la menopausia, los cambios físicos o emocionales, no son un final, sino una transformación. Tenemos mucho por vivir todavía.

¿Por qué crees que aún cuesta tanto hablar de salud mental, duelo o adicciones desde una mirada femenina?

En general cuesta hablar de estos temas, tanto en mujeres como en hombres. Vivimos en una sociedad que tiende a esconder los problemas y a mostrar vidas perfectas en redes sociales. Pero la salud mental es una realidad común. Quise contribuir a normalizarla: una depresión o una adicción son enfermedades, y hay que tratarlas sin estigma. No se trata de quitarles importancia, sino de hablar con naturalidad y empatía.

¿Qué le dirías a una lectora que, como alguna de tus protagonistas, siente que ya no tiene fuerzas para volver a empezar?

Que busque ayuda. Siempre hay alguien dispuesto a escuchar o un libro que puede acompañarte. La vida a veces se pone muy dura, pero siempre hay esperanza. Como dice un personaje de la novela: siempre hay horizonte. Aunque a veces parezca que no.

Barcelona también aparece como un espejo para las protagonistas. ¿Cuál es tu conexión con la ciudad?

Nací aquí, en el Eixample. Es el barrio en el que crecí y donde vivo ahora. Quería rendirle homenaje: a su calidez, su gente, su vida de barrio. También era una forma de agradecer a mi ciudad todo lo que me ha dado.

Has descrito la novela como una historia “luminosa”. ¿Qué significa para ti la luz en la literatura y en la vida?

Para mí, lo luminoso es aquello que te saca del encierro, de los espacios sombríos del alma. Quería que el mensaje final fuera de esperanza: que, a pesar de todo, siempre hay una luz que te muestra otros caminos.

¿Hay alguna escena que te costó especialmente escribir?

Sí. Hay una escena en la que Lili ayuda a su madre al final de su vida, cuando ya no puede valerse por sí misma. Fue muy difícil de escribir porque viví algo parecido con mi propia madre. Me removió mucho.

En la novela combinas ternura, humor y profundidad. ¿Qué te interesa más: emocionar o hacer pensar?

Creo que un poco de todo. No quería que fuera una novela demasiado dramática ni demasiado intelectual. Busqué el equilibrio entre emoción, reflexión y entretenimiento. Quiero que el lector sienta y piense, pero sobre todo que disfrute.

Imagina que estás en una librería y alguien te pregunta por qué debería leer “Aprender a volar con las alas rotas”. ¿Qué le dirías?

Le diría que es una novela sobre mujeres reales, sobre las cosas que nos pasan y cómo las afrontamos. Habla de pedir ayuda, de apoyarse unas a otras, de la fuerza que hay en mostrarse vulnerable.
 Y sobre todo, es una historia de amistad, de amor en todas sus formas y de cómo dejarse ayudar puede salvarnos.

Para terminar, ¿en qué estás trabajando ahora?

Esta novela es la primera de un proyecto de cuatro. Aprender a volar con las alas rotas habla de mujeres de 50 años; la siguiente será sobre mujeres de 40, algunas de las cuales aparecen aquí como personajes secundarios. La tercera tratará sobre los jóvenes, los hijos de estas protagonistas, y la cuarta nos llevará al pasado, a los años 50, para contar la juventud de las mujeres mayores de la primera historia. Ahora estoy empezando con la segunda. Escribo despacio, porque trabajo como editora en Planeta y no tengo mucho tiempo, pero le dedico media hora al día y algo más los fines de semana. Poco a poco, ahí voy.



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