Cuando leí el título de la nueva obra de Bernabé De Vinsenci, POESÍA DEL YO PARA CRÉDULOS —que pronto saldrá publicada— y luego avancé con sus poemas, me fue imposible pasar por alto la interpretación de los motivos que llevaron al autor a elegir esas palabras para presentar su trabajo. Me detuve a pensar en la credulidad, en la ingenuidad de quien todo lo cree: alguien inocente y, por lo tanto, permeable. Pero, ¿acaso solo los estúpidos, ignorantes, ancianos o niños pueden encajar allí? Verlo de ese modo resulta limitado y conduce a una connotación negativa. Ser crédulo, en ese sentido, sería un error. Sin embargo, dar todo por cierto es también una condición necesaria para habitar las ininterrumpidas regiones de lo imposible. Sea engaño o no, poco importa en determinados momentos y lugares: es una puerta de acceso hacia los campos transustanciales de la liberación. Tomar todo como cierto tiene sus ventajas: evita cuestionarse el grado de verosimilitud que con frecuencia vulnera la fluidez de los discursos receptivos.
La transparencia no se encuentra en juicio alguno dentro del poema, pues este no se rige por certezas ni tiene el deber de demostrar los respaldos de la ciencia. Al contrario, se distancia de las formas del ensayo y de la iluminación, en el sentido estricto de su naturaleza. Bernabé no busca ganarse la confianza del lector; sabe que el testimonio de POESÍA DEL YO miente, porque es fruto de un verso que habla con la honestidad de quien apenas recuerda. Y no es algo que le preocupe a los ojos del lector: simplemente propone un convite, una recomendación explícita: “Te invito a ver el mundo de este lado, pero vístete de miedo o de lo que quieras”.
Su obra se retuerce en la figura de un dios parturiento y abandonador, que arroja los cuerpos a un universo donde el horror y los milagros acontecen en desproporciones, según los vaivenes de quien se atreva a observar. En un fragmento, el poeta escribe: “Insistimos en colgarnos con magnetismo de las cosas más bellas del mundo”. Y en otro, testimonia la atmósfera que lo sacude con un halo de vida: “De los adoquines brotaron, como un caracol del caparazón, rizomas y raíces”.
Creo que aquí no se subestima al crédulo, sino que se lo realza, se lo embellece y se lo glorifica: es el único que, desconocido del otro lado, no cuestiona al yo corrosivo que desatiende los pilares de la veracidad o el fraude. Dicho de otro modo, aquí no juegan la confianza ni la honestidad; todo eso es sangre perdida en litros de versos que salpican y reclaman cambiar las reglas de lo que significa vivir. Se hace presente una voz continua, sin ruidos más que los propios del agua y su fatigada respiración, que —como refiere uno de los poemas— choca con la muerte dos veces.
POESÍA DEL YO PARA CRÉDULOS transmite encierro y violencia, pero también una sobrada actitud sensible y animosa: la de quien carga con el peso en la soga del cuello, con el peso de la piedra que, como se menciona en uno de los poemas, se hunde en el agua.
Poema 10
Nada me atraviesa / ni la oscuridad invernal del mediodía / la herida de la pared / me toca el punto débil del corazón / el sol salió al revés ya es de noche / y tal vez yo no sepa qué hora es / en mi pronóstico actual me pesa una ciudad de hormigón / no hay pedacito de cielo en las nubes / no hay pájaros en los cables de luz / es la oscuridad invernal del mediodía / sí / es tal vez lo que nos mantiene flojos / la oscuridad invernal del mediodía / procuro no despertar mi voz no se molesten en llamarme, por favor / si algo se remueve / si algo se toca / podría agrietarse la pared / y junto a la herida / tal vez / yo / podría ser una manchita de humedad.
Por Pablo Andrés Rial